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INDIOS CHIQUITOS

DEL

PARAGUAY

^BLIOTEOA^PA^GU^ATA_ RELACIÓN HISTORIAL

DE LAS MISIONES

DE INDIOS

CHIQUITOS

QUE EN EL PARAGUAY TIENEN LOS PADRES DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS

ESCRITA POR

EL P. J. PATRICIO FERNÁNDEZ. S. J.

II Reimpresa fielmente según la primera edición que sacó á luz el P. J. Herrán, en 1726.

VOLUiVlEN I

LIBRERÍA Y CASA EDITORA

DE

A. DE URIBE Y COMPAÑÍA Asunción del Paraguay.

1896

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V.

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CAPITULO XIII

Continúa el V. P. Lucas Caballero su Misión de los Manacicas.

Viendo el fervorosísimo operario un nuevo campo en que sembrar la palabra Evangélica para recoger no menos almas para el cielo que merecimientos para mismo, deseaba poner cuanto antes manos á la obra; no obstante, con- siderando sabiamente que era necesario asistir también á tantos Cateciimenos como había en el pueblo de San Francisco Xavier, y que era mejor tener pocos y bien doctrinados que mu- chos é ignorantes, que aunque se ganan fácil- mente, con la misma facilidad también se pierden, se resolvió á gastar la mayor parte de aquel año en este ejercicio, usando de todas las industrias de su caridad y de su celo en des- arraigar de los Xa^rieristas la barbarie, la las- civia, la embriaguez y cuantos males trae con-

o P. PATRICIO FERNANDEZ

sigo la vida brutal, é imprimir en ellos las vir- tudes y buenas costumbres que se requieren para vivir como cristianos.

No obstante, en medio de este afán hizo al- gunas correrías por los países descubiertos, fo- mentando en aquella gente los deseos de recibir el santo bautismo, y juntamente tomando no- ticia de cuántas eran las Rancherías, las len- guas y el número de los indios del país; y te- niendo distinta relación de todo, meditaba em- prender el año siguiente con más calor el ne- gocio de su conversión, y en serenándose el tiempo penetrar la tierra más adentro; pero le frustraron en parte estos designios los acha- ques que le afligieron largo tiempo, y las su- plicas de sus neófitos de San Xavier, que le ro- garon mudase la Reducción á otro lugar, á causa de ser el clima que al presente tenían, notablemente nocivo á la salud.

Por este motivo no pudo antes de mediado Octubre, cuando ya el tiempo amenazaba con lluvias, salir con algunos de los más fervorosos; los cuales, confortados antes en el alma con el pan divino de la Eucaristía, habían ofrecido la vida por anunciar el santo nombre de Dios á los que vivían en las oscuras tinieblas de 3 in- fidelidad.

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 7

Iban éstos, empero, tristes y desconsolados por estar persuadidos no había de tener buen fin su viaje, ya por las muchas lluvias con que se anegaban las campañas, ya por haber halla- do el camino sembrado de agudísimas puntas clavadas en el suelo con sutil astucia por los enemigos de la fe, para retraerlos de pasar adelante.

Presto se desvanecieron estos temores, por- que á pocas leguas no hallaron ya estas puntas y las tempestades del cielo no pasaban muy adelante, antes apenas hallaban agua para beber; y habiendo con gran trabajo subido una montaña muy agria, no tuvieron en dos días con qué apagar la sed, sino con la humedad del barro, que exprimido, más parecía comida que bebida. Mas Dios, Nuestro Señor, que nunca en las necesidades desampara á los su- yos, acudió á la del P. Lucas con copia de agua clara y cristalina, que fuera de toda es- peranza, halló en el cóncavo de un árbol.

Finalmente, habiendo llegado á las primeras Rancherías, halló aquella gente constante en sus primeros intentos, y sólo hubo que hacer en allanarles una grande dificultad, y era quitar- les las discordias y ponerlos en paz; porque entre las otras perversidades á que los incitaba

8 P. PATRICIO FERNANDEZ

el enemigo infernal, era una irritar á unos contra otros y sembrar discordias entre ellos para tener ganancia de almas.

Hablóles con grande energía de las utilida- des de la paz, descubriendo los fraudes y en- gaños del enemigo que nada deseaba más que tenerlos por compañeros de sus maldades en esta vida, y de las eternas penas del infierno en la otra.

Convencidos aquellos bárbaros de las razo- nes, y movidos de las súplicas del Apostólico Padre, prometieron hacer las amistades con las tierras confinantes y luego con las más remotas.

Habiéndose detenido para esto allí dos días, pasó adelante acompañado de algunos paisa- nos. Un día entero gastó en pasar una fra- gosa montaña, con grande trabajo y riesgo, no de los indios acostumbrados á trepar fácil- mente por las peñas, sino del Padre; y siéndo- le preciso hacer alto á la falda, no halló con qué desayunarse; por lo cual un cristiano, de nación Manacica, movido de compasión, quiso componerle unas yerbas que eran las delicias de sus dioses, mas por mucho que estuvieron al fuego, jamás se pudieron cocer. No obstante, la carestía y la hambre se las hizo sabrosas, y

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 9

sonrióndose, dijo: «Grande hambre y mucho calor tienen en el estómago estos dioses, que con tales viandas so alimentan.*

Llevando mal el demonio tg,nta constancia en el santo Misionero, procuró con todo el es- fuerzo posible, desvanecer sus designios, ya haciendo que los indios perdiesen el camino, ya embarazándole los pasos, ya haciéndole ro- dar del caballo, ya hiriéndole con las ramas de los árboles; y en suma, hasta las espinas y abrojos le maltrataron el cuerpo, y los tábanos, con sus agudísimos aguijones, le mortificaron de suerte que apenas podía tenerse en pie y era necesario que los neófitos le desmontasen y subiesen á caballo.

Finalmente, á pesar del infierno, llegó á vista de los Zibicas; pero antes de entrar en la E-anchería, envió delante á Numani, cristia- no fervorosísimo, para que reconociese si esta- ban dispuestos á recibir la fe; no tuvo éste mucho que hacer, porque la muerte desgra- ciada de los que el año antecedente habían osado poner en él las manos, les había persua- dido que el siervo de Dios era amigo estrecho del demonio, y que por tanto se le debía hospe- dar, no por algún provecho de sus almas, sino para que no les causase algún daño corporal.

10 P. PATRICIO FERNANDEZ

Viendo el buen P. Lucas que había allí poca esperanza de sembrar la semilla evangélica, á causa de la mala opinión que de él tenían, se encomendó á y al cacique á la suave y po- derosa gracia del Espíritu Santo; y llamándole aparte, procuró lo primero, con el mejor modo que pudo, quitarle de la cabeza aquel error, y después le manifestó el fin de su venida, y el bien que recibiría si abrazase la santa ley de Jesucristo.

Mientras le hablaba el Padre, penetró Dios el alma de aquel bárbaro con un rayo de divi- na luz; de suerte, que aún no bien enteramente discípulo, salió á predicar como maestro en su pueblo, que no necesitaba mucho del magiste- rio de sus palabras cuando le sobraba el ejem- plo de su Mapono para inducirle á hacer lo mismo. Era este joven hijo de aquél que había jurado beberse la sangre del siervo de Dios, si el cielo con la muerte no le hubiese atajado los deseos.

Para ganar á éste á la santa fe, se empeñó un cristiano, joven también y su paisano, lla- mado Diego, y á pocos lances le redujo, porque no le había aún corrompido el corazón con la malicia; y más por ignorancia del entendimien- to que por mala disposición de la voluntad, no

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS II

seguía lo bueno, porque no conocía la verdad. Habiendo ganado aquella noche á dos de los principales, no tardó mucho el pueblo en jun- tarse todo el día siguiente, y después de un largo razonamiento de los misterios de nuestra Santa Fe, y de las obligaciones para vivir cristianamente, hizo el santo varón levantar una cruz y junto á ella armar el altar portátil, con las imágenes de Cristo Nuestro Señor, de la Santísima Virgen y de San Miguel Arcán- gel; y arrodillados todos las adoraron profunda- mente, gritando en altavoz: «Jesucristo, Señor » nuestro, vos sois nuestro Padre; María Santísi- »ma. Vos, señora, sois nuestra Madre» y no con- tentos con esto, repitieron lo mismo con gran fiesta y alegría y con danzas, guiadas más de la devoción que del arte. Con este espectáculo llo- raban de alegría los neófitos, dando mil gracias al Redentor, de cuya sangre se veían tan claros y manifiestos los efectos en la conversión de esta gente; pero incomparablemente mayor era el júbilo del P. Lucas, que inundado el corazón de celestiales consuelos, volviéndose á mirar al cielo, exclamaba:

«Contentóme, Dios mío, en paga de mis tra- » bajos y sudores, con ver que las criaturas os a reconocen por su Criador y Señor. Sólo con

12 P. PATRICIO FERNANDEZ

» que éstas os amen j os adoren, no quiero otro «galardón.»

Cuánto agradasen á Dios estas sus ofertas, no me es licito escudriñarlo; y por ventura, en premio de acto tan generoso, concedió Su Ma- jestad á algunos de estos bárbaros un don tan excelente de fe, que antes de recibir el bautis- mo, la conservaron incorrupta, y quisieron más perder con el martirio la vida, que negarla.

Singularmente es digna de eterna memoria la persecución que sufrió del común enemigo el Mapono; la cual, haciendo una breve inte- rrupción, quiero referir aquí, aunque sucedió años después.

Pesábales mucho á los demonios verse des- pojados del dominio de aquella Ranchería, que por muchos siglos había estado á su devoción; usaron de toda su astucia y poder diabólico para reducirla á su antiguo culto y adoración; y apareciéndose á aquel fervoroso cristiano, que antes había sido su ministro muy querido, le reprehendió ásperamente, porque él, á quien tocaba por oficio, no hacía sus partes para que volviese á su estado el antiguo culto, sus igle- sias y sacrificios. ¿No ves (le dijeron) que el cacique Payaizá ha profanado los altares, que- brado los vasos sagrados, y execrado los Ta-

EELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 13

bernáculos, y el eacique Potumani ha abando- nado la suntuosa fábrica, que tenía destinada para nosotros: se han dejado engañar de las necedades y locuras de este traidor maldito, que tiene arte de encantamento para trabucar los entendimientos, predica fábulas por miste- rios, y cuantas mentiras le vienen á la imagi- nación? Vuelve, por tanto, en tu acuerdo, y con todo el poder de autoridad y razones, res- taura las ruinas de la religión, restituye el cul- to y haz recuerdo al pueblo de sus promesas, y al cacique de sus obligaciones, porque si no, te juramos de hacer grande estrago en la gente del pueblo, que servirá de ejemplo, y memoria de terror por todo el país.

Rióse el fervoroso joven de sus amenazas, y por más que se empeñaron, nunca pudieron conseguir que dijese en público una sola pala- bra en su abono.

Ofendida excesivamente la soberbia diabóli- ca de tal desprecio, se echaron sobre él, y con una fiera tempestad de muchos y crueles gol- pes, le pisaron, hirieron y maltrataron tanto, que le hicieron arrojar por la boca gran copia de sangre; y por más que repitieron los golpes, aunque lo redujeron á los últimos peligros de la vida, nunca pudieron contrastar su constancia.

14 P. PATKICIO FERNANDEZ

Tan profundas raices habían echado en su áni- mo la fe y la piedad, que el P. Lucas, y por su medio el Espíritu Santo, habían plantado en su corazón.

Un amigo, compadecido de sus trabajos, le exhortó, que á lo menos en lo exterior, mos- trase algún respeto á los demonios y les diese gusto, hablando al cacique para que les fabri- case su iglesia. Mas él, enojado, le echó de diciendo quería acabar la vida que le quedaba, antes que faltar un ápice á la ley que profesa- ba á Jesucristo, á quien sólo reconocía por Dios y Señor. Tan heroica virtud en un cris- tiano tan nuevo, no pudo dejar de ser premiada de Dios, que le restituyó á su antigua salud y fuerzas.

Volviendo ahora al hilo de la historia, bauti- zados los niños, no sólo de aquélla, sino de otras Rancherías, trató el P. Lucas de pasar á los Quiriquicas; mas los neófitos, á causa del invierno que amenazaba, emprendían de mala gana; aquel dificultoso viaje; empero represen- tándoles el P. Lucas el galardón con que Dios premiaría sus fatigas en el cielo, los alentó tan- to, que se sintieron increíblemente confortados á proseguir y durar en él.

Sólo faltaba persuadir al cacique Patozí que

BELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 15

viniese con sus vasallos á abrir camino por medio de espesos bosques, y juntamente á ha- cer las paces con los Quiriquicas, porque el di- cho cacique temía, con grande fundamento, le habían de quitar la vida los Quiriquicas, por el implacable odio que le tenían; no obstante esta dificultad, venció al cacique para emprender el viaje la reverencia y amor que al Padre tenía; y tomando una escogida escuadra de soldados bien armados, por si acaso fuese necesario, se fué tras el Padre; pero éste le dijo que no usase de las armas sino cuando fuese necesario para defender sus vidas de las saetas enemigas; que por lo que á tocaba, nada se le daba de vivir ó morir; y como fuese del agrado de Dios y honra suya, derramaría gustoso la sangre por adelantar la gloria divina.

A su imitación los neófitos, dejadas las ar- mas, se ofrecieron á acompañarle en el peligro y en poner á riesgo su vida; y para que no hu- biese alguno que faltase á sus órdenes, puso á la punta de todos á un santo indio, llamado Juan Quiará, amado de todos, aun de los gentiles ^ por la bondad de su vida é inocencia de sus costumbres.

Ajustadas las cosas en esta forma, se pusie- ron en camino, y tuvieron no poco qué hacer.

16 P. PATKICIO FERNANDEZ

primero con un bosque espesísimo en que gas- taron algunos días para abrirle, después con la hambre, no hallando con qué sustentarse, sino una fruta silvestre que sola la carestía de otro manjar hacía dulce y sabrosa; conocióse enton- ces la ternura de afecto y la reverencia que te- nían los gentiles al P. Lucas, porque viéndole descaecido, y que por la suma flaqueza apenas se podía tener en pie, le buscaban á costa de gran trabajo, algún poco de miel, y se quitaban la comida de la boca para tener con qué man- tenerle sus fuerzas.

Estando ya cerca se adelantaron dos cristia- nos á reconocer la tierra y observar los movi- mientos de los paisanos, queriendo entrar sin ser sentidos en la Ranchería, para que no se alborotasen ó pusiesen en huida; mas Patozi, el cacique, con sabia advertencia, dijo que era en vano esta diligencia, porque los demonios ha- bían avisado ya á los Maponos, y por medio de ellos á los capitanes. Y decía la verdad, porque pocos días antes, estando junto al pueblo para sus acostumbradas devociones, bajó al Taber- náculo el diablo Cozoriso, y con semblante tris- te y melancólico, le avisó de la venida de un enemigo suyo jurado que le había desterrado de otros países, trayendo en la mano una cruz,

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 17

que era la ruina de su religión; y diciendo esto, prorumpió en un copioso llanto, como compa- deciéndose de mismo, que ¿k dónde iría en partiéndose de allí? ¿Dónde podría con seguri- dad repararse para no ser desalojado? Qne por tanto, si le amaban, tomasen luego las armo.s, y con el valor, y con el brazo fuerte, sostuviesen en pie su culto, que de otra suerte caería pres- to por tierra.

Con semejante nueva se conmovió todo el pueblo, y al mismo punto se encendió en rabia y furor contra cualquiera que maquinase algo en daño de la religión; pero no el Mapono, que ar- gumentando é infiriendo cuan grande hombre y mayor que sus dioses debía ser aquél á quien sus dioses temían, les respondió con voz y ade- mán de enojado:

»Si este forastero es vuestro enemigo ¿per- eque vosotros le dejáis el paso franco? ¿Por »qué no le echáis del mundo, ó á lo menos tan viejos de aquí, que no se ponga á riesgo vues- *tra reputación? ¿Es este vuestro poder? Si «necesitáis de nuestras armas para defenderos, »ó no sois lo que mostráis, ó mostráis ser lo *que no sois.»

Esta conclusión, deducida de los principios de la razón natural, fué bastante para que la LIB. QUí: tratan de AMÉRICA. T. XIII. 2

18 P. PATRICIO FERNANDEZ

gracia del Espíritu Santo penetrase de allí á poco su corazón, y de un tizón que era del in- fierno, le convirtiese en un ángel del Paraíso.

El cacique y los nobles, juntos en Consejo, determinaron echar el resto de sus fuerzas y poder para reparar los daños y ruina de su re- ligión, mas no sin temor de salir con sus in- tentos, cuando aún sus mismos dioses temían.

Mientras esta gente estaba en arma y en confusión, se adelantó el Santo Misionero con Patozi y dos muchachos muy fervorosos, de- jando toda la demás gente algo distante.

Apenas los espías los divisaron de lejos, cuando dando gritos muy descompasados se huyeron la tierra adentro, y tras ellos, con su cruz en la mano, marchó á caballo el P. Lucas, porque las llagas de las piernas no le permitían ir á pie.

Los paisanos, puestos en orden, le salieron al encuentro para hacerle frente: y partidos en dos alas, le rodearon para que por ninguna parte tuviese paso libre por dónde huir.

Estando las cosas en este estado, se le ofre- ció á un mozo cristiano enarbolar una imagen de la Madre de Dios, que llevaba en la mano; y con la confianza de que la piadosísima Señora usaría entonces de su poder para librarlos de

BELACIÓX DE INDIOS CHIQUITOS 19

aquel peligro, la levantó en alto, y lo mismo fué mirarla los bárbaros, que perder el uso de los brazos, sin poder tirar las saetas que ya te- nían á punto, y flechados los arcos.

Atónitos y despavoridos de este suceso los bárbaros, recelosos de que no les sucediese peor, huyeron precipitadamente retirándose á un bos- que no muy distante, de donde ninguno se atre- vió á salir, quedándose por providencia de Dios un solo indio de ellos llamado Sonemct, que después los ayudó mucho para la conver- sión.

El día siguiente, el Apostólico Padre, aun- que no se podía tener en pie, no sufriéndole el corazón ver entronizado al demonio en dos templos, hizo que le llevasen allá sus compa- ñeros; echó por tierra aquellos infames Taber- náculos, hizo pedazos las estatuas y encendien- do en la plaza una grande hoguera, quemó en ella todos los arreos y ornamentos de la impía idolatría, no sin temor de sus neófitos, que re- celaban no diesen sobre ellos los bárbaros, ofendidos de aquella afrenta de sus dioses, para vengar su agravio.

Pasáronse dos días sin que los Quiriquicas saliesen fuera de las tinieblas de aquel bosque; poT lo cual, desesperanzado Patozi de poder

20 P. PATfllCIO FERNANDEZ

hacer las paces y establecer una mutua amis- tad, á cuyo fin había venido, tuvo por mejor dar la vuelta, y persuadió á esto al P. Lucas con cuantas razones y súplicas le dictó su afec- to; y sobre todo, ponderando cuanto fué posible el manifiesto j)eligro en que quedaba de que los Quiriquicas desahogasen en él solóla fiereza del odio que contra todos habían concebido.

Respondióle el Padre que se volviesen en buen hora él y sus vasallos, porque él tenía firme resolución de no volver el pie atrás hasta haber anunciado el Santo Nombre de Dios á aquella gente, aunque para esto le fuese nece- sario perder la vida.

Fuéronse, pues, Patozi y los suyos, sin que- dar con el P. Lucas más que cinco santos man- cebos, resueltos á correr la misma fortuna, y dar la vida por aprovechar á sus prójimos.

No teniendo, pues, el Padre, más defensa que la confianza en Dios, se puso á rezar el Oficio Divino, cuando vio de repente junto á al cacique de los Quiriquicas, hombre de grande estatura y bien dispuesto; el cual, cre- yendo que en el Breviario estaban los hechizos que á él y los suyos impidieron el uso de los bra- zos, hizo fuerza por quitársele de las manos; mas el Padre, con buenas razones y modo propio de

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 21

una caridad Apostólica, procuró disuadirle de su error, y prosiguió hablando de Cristo y de su santa ley, descubriéndole la perversidad y los engaños de sus Tínimaacas.

Al oir estas cosas se contuvo el bárbaro, ó fuese por virtud milagrosa de Dios ó por natu- ral genio suyo, y sin responder palabra le vol- vió las espaldas; é ido á su casa, con un buen manojo de flechas se tornó á los suyos.

Diéronse entonces por perdidos los neófitos, y al santo varón le saltaba de júbilo el corazón en el pecho, esperando llegar finalmente al tér- mino de sus deseos, regando aquella tierra con su sangre, para que en los años siguientes co- rrespondiese con abundante fruto á los traba- jos y sudores de quien la cultivase y á la ver- dad por poco se le hubieran cumplido sus de- seos, porque juntándose en lo más oscuro de la noche los más principales para tomar la última resolución, estuvieron gran rato dudosos de lo que harían; y sólo aquel milagro de habérseles pasmado los brazos cuando le quisieron flechar, obligó á todos al miedo de que no les sucediese lo mismo si intentasen matarle; mas no por eso aplacaron la ira del cielo, que había tomado á su cuenta la venganza de aquella injuria; y así encendió entre ellos una enfemedad pestilen-

22 P. PATRICIO FERNANDEZ

cial, que quitó la vida á los más culpados.

No ayudó poco á la resolución de que se rin- diesen aquel indio Sonenia, que acudiendo á la junta dijo tantas cosas en alabanza del P. Lu- cas y de la Santa Fe, de que ya había oído al- guna cosa, que de común consentimiento de- terminaron volver á su ranchería al amanecer y ponerse en manos del santo varón.

Saliendo, pues, de aquel bosque, y entrando unos tras otros en la E-anchería, se fueron de- rechos al rancho donde yacía el P. Lucas, quien con aquel su modo amabilísimo los reci- bió con muchísimo agasajo y pareció que Nues- tro Señor, para dárseles á estimar y respetar, había puesto en su semblante un no qué más que humano; por lo cual, la gente, en ade- mán de quien le pedía perdón, se postró á sus pies y no hubo ninguno de ellos, aun de los más osados, que se atreviese á partir de su presencia sin licencia del Padre.

Vino el último de todos el Mapono que con toda su chusma se puso muy humilde y mo- desto delante del apostólico varón, quien reci- biéndole con los brazos abiertos le sentó á su lado, y empezando á hablar de la Religión, mostró cómo sin el conocimiento del verdadero Dios, y sin la fe de Jesucristo no era posible

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS

salvarse, diciendo también de los Tinimaacas y de aquella diabólica Trinidad cuanto le dictó el celo de la gloria divina y la santa indigna- ción de verlos triunfar por tantos siglos hechos señores de aquella tieiTa.

Estaba todo el pueblo deseoso de ver el fin de aquel suceso, esperando los unos que mon- tando en cólera el Mapono se empeñase en de- fender, más con obras que con palabras, la di- vinidad de los demonios, y los otros se prome- tían éxito más feliz, en que no se engañaron; porque el Mapono quedó asombrado y como aturdido; y siendo, como era, hombre de buen natural, de ingenio pronto y de entendimiento agudo, Dios Nuestro Señor, compadecido de él, le sacó de sus engaños, le alumbró el entendi- miento y movió su corazón con tanta eficacia de su gracia, que luego pidió ser cristiano; y en pru9ba de las veras con que lo decía, con- fesó delante de todos que él había estado enga- ñado y había engañado á los demás; y que se desdecía y retractaba de cuanto había aprendi- doy les había enseñado; que no había otro Dios que Jesucristo; y que su santa ley, no sólo era mejor que la de ellos, sino la única y necesaria para la salvación eterna del alma; y que para enmienda de lo pasado, no sólo exhortaba á sus

21 P. PATRICIO FERNANDEZ

paisanos que la abrazasen, sino que iría á los Jurucarés, Oozacas j Quimiticas para reducir- los á que hiciesen lo mismo.

Con una tan ilustre confesión, tanto más digna de agradecimiento cuanto menos espera- da, haciendo increíble fiesta los neófitos y gri- tando de contento, se arrojaron todos á darle muchos abrazos; pero á ninguno cupo mayor júbilo que al V. Padre, que con la conversión de éste sólo dio por reducido á todo el pueblo al gremio de la Santa Iglesia.

Haciendo, pues, labrar una grande cruz, se fué con ella en procesión á la plaza, en donde la colocó en el mejor lugar por trofeo de la victoria, y en señal de la posesión que Cristo y su santa ley tomaban aquel día de los Quiri- quicas; y los cristianos entonaron las letanías á dos coros de música, lo que á los bárbaros, que nunca hasta entonces habían oído harmonía de buen concierto, les pareció cosa del cielo, y es- taban como absortos oyéndola. Hecho esto, mandó que trajesen los niños para bautizarlos.

«Al punto (son palabras del P. Lucas) me » ofrecieron tantos, que gasté un día entero en »sus bautismos, y cansándose el cuerpo en es- »te ejercicio, pero alegrándose el espíritu al »ver tanta multitud de niños admitidos á la

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 25

afiliación de Dio3 en las saludables aguas del ♦bautismo y á sus padres reducidos de obsti- » nados idólatras á fervorosos cathecumenos. »No sabían apartarse de mi lado para aprender >lo que les era necesario hacer para alcanzar en » premio la eterna bienaventuranza.»

Detúvose aquí algunos días para confirmar- los más en la fe, para que pudiesen resistir á las sujestiones del común enemigo, j luego se dis- puso á la partida, la cual, en qué forma la eje- cutó, será mejor oirlo de la boca del Padre:

«Empezando á moverme (dice) se vino tras »mí todo el pueblo llorando y lamentándose »y diciendo: Padre mío. Padre mío, te vas, » dejándonos en un extremo desamparo; no te » olvides de nosotros, volved, por compasión de » nosotros, el año que viene: y volviéndose á »mis compañeros les suplicaban que entonces »me conduj-esen acá. De esta manera vinieron »tras por algún trecho del camino, no pu- »diendo yo responderles palabra por las lágri- »mas que me corrían de los ojos, y por un in- > explicable consuelo que me ocupaba el cora- »zón, considerando cuan ñícil es á la divina omnipotencia mudar los corazones y volunta- »des humanas, pues sólo con querer puede en »un instante convertir los tizones del infierno en

2G P. PATRICIO FPmNANDEZ

* piedras resplandecientes del Paraíso; no cesa- »ba de bendecir y besar las santas llagas del » Redentor, á cuyos méritos reconocía deber el «feliz éxito de esta Misión. Ofreciéronme mu- »ckos niños para que desde luego los llevase »para servir en la iglesia, y de ellos escogí sólo »tres, no queriendo cargar de mayor peso y » molestia á mis compañeros.»

En tres días se puso en la Ranchería de su aficionadísimo Patozi, de quien fué recibido como si volviese de la otra vida; y siendo ya muy entradas las aguas que no le permitían detenerse, dio la vuelta á San Francisco Xa- vier, con no poco pesar y dolor de los paisanos á quienes dejaba.

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CAPITULO XIV

Vuelve el F. Lucas á los Manacicas, visita

todas sus Rancherías y se restituye

por otro camino á la Reducción

de San Francisco Xavier.

Aunque el apostólico operario procuraba re- registrar todas las tierras de esta nación, no obstante, así porque era necesario abrir camino á costa de sudores y trabajos y por eso gastar mucho tiempo, como por donde quiera que en- traba quería arrancar de raíz la idolatría y plantar la fe, y en esto se le pasaban meses en- teros, no pudo los años antecedentes visitar y ver todas las Rancherías, para lo cual le fué preciso esperar á la primavera del año 1707.

Estando, pues, todo este país, según ya dije, en forma de una pirámide, que por ambos lados confina con los Chiquitos, era su ánimo correr todas las tierras hasta los Auropós, y así darse

28 P. PATRICIO FERNANDEZ

las maxios por dos caminos con los Cliiquit* sa- rnas para empresa tan grande era necesario vencer grandísimas dificultades y estorbos del camino.

Pero Dios Nuestro Señor, á quien se le re- crecía tanta gloria accidental en este designio, quiso, no solamente satisfacer sus deseos con el éxito feliz, sino mostrar también cuánto le agradaban sus sudores con muchos sucesos mi- lagrosos, para darle á él ánimo en tantos tra- bajos y afanes, y á los infieles más claro cono- nocimiento de su fe.

Prevenido, pues, el santo varón de tanta ma- yor caridad y celo, cuanto era necesario para ta- maña empresa, y animados algunos de los más fervorosos neófitos, no sólo para ser sus compa- ñeros, sino también para dar la vida en testi- monio de aquella ley que iban á plantar entre los bárbaros, se puso en camino á los 4 de Agos- to de 1707 y llegando el día de la Asunción de la Santísima Virgen á las riberas del río Zunu- naca, se encontró con los Zibacas, de quien fué recibido con muestras de grande amor, y Pu- tumaní, su cacique, le regaló con mucha pesca y se partió alargas jornadas á su tierra, donde dio orden á sus vasallos que le allanasen el ca- mino, y desde allí diariamente le proveyó de co-

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 29

mida y bebida, hasta que entrando el Padre en su Ranchería le salió á recibir el pueblo, mu- chachos, mujeres, y aun lasque criaban, con sus niños en los brazos; y el cacique le cumplimen- tó, no ya como bárbaro, sino con términos muy corteses, y llegando á la plaza le cercaron todos en rueda, y con semblantes y voces de increíble alegría, le daban la bienvenida, besándole la mano, y pidiéndole les echase su bendición.

Alegrísimo el siervo de Dios con tan buen principio de su misión, de donde infería el lo- gro de sus deseos, se puso luego á tratar las paces de aquella gente con los Ziritucas, á quienes por un leve disgusto habían jurado dar la muerte; y asegurándose aquellos entre los bosques, habían saqueado y robado toda la tierra, y pegado fuego á las casas.

Llamando, pues, aparte al cacique, y á los principales, les dio á conocer la gravedad de su delito, y les ordenó enviasen á llamar á los Ziritucas y volviesen á entablar con ellos una buena amistad.

Vinieron los Ziritucas , diéronle grandes quejas de los Zibacas, pidiendo les obligase á resarcirles los daños, y que les restituyesen las haciendas que les habían robado y tenían aún en su poder.

30 P. PATRICIO FERNANDEZ

Llamó entonc93 á los Zibacas, que bajaron la cabeza y no tuvieron que responder otra cosa sino es que la cólera y la venganza les ha- bía hecho pasar los términos de la razón; que arrepentidos de lo hecho, querían ya ser sus compañeros y hermanos; mas para no tener obligación de restituirles su hacienda, añadie- ron con sutil astucia, que los habían manteni- do á su costa por espacio de nueve cosechas.

No vino en esto el P. Lucas, y les mandó, mal de su grado, que restituyesen luego las ha- ciendas á sus dueños; y no hubo ninguno, aun de los más atrevidos, que osase contradecirle, porque la reverencia que le habían cobrado, por el severo castigo con que Dios había ven- gado las injurias que algunos le hicieron en los años pasados, les quitó el atrevimiento para resistirse.

El día siguiente juntó el pueblo en la plaza al pie de una cruz, donde el santo misionero explicó la ley de Cristo que habían de guardar para alcanzar la salvación, descubriendo junta- mente todas las maldades de los Maponos y de aquellas diabólicas deidades con singular gusto y contento de los oyentes que le interrumpían muchas veces, gritando en alta voz y diciendo querían á Jesucristo por su Dios y su Padre, y

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á la reina de los Angeles por su madre y Se- ñora, y detestaban y maldecían de los Tini- maacas.

Luego, para que las cosas que Habían oído se les quedasen más vivas en la memoria, hizo á sus neófitos cantar las excelencias de nuestra fe y los vituperios de aquellos dioses, en cier- tas canciones que él mismo había compuesto en aquel idioma, de lo cual recibió tanto gusto y contento aquella buena gente, que las quisieron oír muchas veces para aprenderlas, con tanto empeño, que en gran rato no dejaron descansar á los cantores.

Tan buena disposición de este pueblo para alistarse en el número de los cristianos, no fué tanto obra del P. Caballero, que el año antece- dente les había predicado la ley de Dios, cuan- to de la Virgen Santísima Nuestra Señora, que poco antes, con un insigne milagro, había dispuesto los corazones de aquellos bárbaros para que prendiese en ellos la semilla de la predicación Evangélica y rindiese fruto co- rrespondiente á los sudores del sembrador. Esta fué la sanidad que milagrosamente dio la madre de Dios á Zumacaze, sobrino del cacique, que abrasado por muchas semanas continuas de una maligna fiebre, se le habían

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secado las carnes y consumido las fuerzas, de suerte que, como incurable, le habían, á su usanza, dejado en un total desamparo.

Viendo Zumacaze el caso desesperado y más pesaroso de perder la bienaventuranza sin el bautismo que la vida corporal, volvió su con- fianza toda á la Santísima Virgen, cuyas ala- banzas y poder había oído muchas veces, y por eso la invocaba con frecuencia, diciendo:

« Señora mía, creo que sois la verdadera Ma- »dre de las gentes, y que la diosa Quipoci es »un diablo engañador; creo en y en Jesucris- »to, y te suplico no permitas que yo muera «infiel, para que no me condene eternamente; «quitadme esta fiebre, hasta que recibido el «santo bautismo, te pueda ir á ver allá en el «cielo.»

No podía hacerse sorda la Madre de Miseri- cordia á las plegarias de quien era tan devoto suyo, aun antes de ser cristiano; por lo cual, mientras él con encendido afecto y esperanza grande repetía esta oración, se le apareció de improviso al medio día la Reina del cielo, des- pidiendo de tantos resplandores en las ma- nos y rostro, que todo el rancho estaba bañado con luces, y con semblante amabilísimo, le dijo:

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 33

«Yo soy aquella á quien invocas; confía, 3 hijo, que sanarás; cree lo que enseña el Padre, » y di en mi nombre á tus paisanos que hagan »lo mismo.»

Desapareció entonces la Santísima Virgen, y en aquel punto se halló el enfermo perfecta- mente sano. Acudió á verle todo el pueblo, y oída la causa de su milagrosa sanidad, se en- cendieron sus corazones en vivos deseos de ser cristianos.

No se acabaron aquí las bendiciones del cie- lo; antes teniendo aquellos bárbaros al P. Lu- cas un amor de padre, y reverenciándole como á santo, trajeron á su presencia todos los en- fermos, pidiéndole, que pues era ministro de un Dios tan poderoso, intercediese ahora por ellos.

No podía él ya justamente hacerse desen- tendido á aquellas súplicas, y más cuando la gracia no sería menos poderosa que la eficacia de sus palabras para su conversión, y para que con la salud del cuerpo recibiesen también la del alma; por esto preguntaba á los enfermos si de corazón creían en Jesucristo, y querían bautizarse; y respondiendo ellos que verda- deramente.

«Leído el Evangelio siiper cegros (son pa-

LIB. QUE TRATAN DE AMÉRICA. T. XIII. 3

34 P. PATEICIO FERNANDEZ

»labras del P. Lucas) me daba Dios ánimo »de decir: fiat vohis ficut credidistis , y al «punto quedaron sanos. Corrió la voz de lo su- » cedido desde esta Ranchería á las otras de la »la tierra; y plugo á Dios darme la milagrosa » virtud de las curaciones, para traerlos casi » contra su voluntad á su conocimiento, porque «sanando milagrosamente, conocían con clari- »dad cuánta diferencia había entre el Dios de »los cristianos y los Tinimaacas.» Hasta aqaí el venerable Padre.

Bautizados después los niños, le suplicaron el cacique y los principales fuese á los Juruca- rés, que tenían alborotado todo el contorno, saqueando todas los Rancherías y matando á sus moradores.

Condescendió gustoso con sus súplicas, por- que teniendo noticia cierta que los Jurucarés tenían gran devoción al demonio y á sus mi- nistros, él, que tenía encendidos deseos del martirio, esperaba que se le satisfarían plena- mente.

Apenas se puso en camino, cuando toda la alegría festiva del pueblo se convirtió en otra tanta melancolía y tristeza. Paéronse todos tras él con las lágrimas en los ojos, y cogiéndole las manos no acababan de besárselas, y fué

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 35

esto de suerte que movieron á compasión al cacique, á cuyos ruegos se partía tan presto; procuró el Padre consolarlos dándoles espe- ranzas de que cuanto antes pudiese volvería á visitarlos, y que si no fuese él, sería á lo menos otro de sus compañeros.

Tres días gastó en el camino, afligido sobre- manera de la sed, ocasionada del sol ardientí- simo. Al tercero, á eso del medio día, creyendo estar aún muy lejos de los Jurucarés, se halló casi á sus puertas; y no pudiendo dejar de ser descubiertos, llamó á sus cristianos y les ma- nifestó el riesgo evidente que corrían de per- der la vida á mano de aquellos bárbaros, ene- migos capitales del nombre de Cristo, si Dios no los libraba milagrosamente; por lo cual, he- clio un fervoroso acto de contrición, les dio la absolución general.

Al ver esto, se echó á sus pies un gentil y le pidió con eficacísimas instancias le hi- ciese cristiano, dando palabra al Padre de que viviría entre cristianos, lo cual agradó tanto al santo varón, cuanto más claramente «onoció que sola la gracia del Espíritu Santo le había movido á pedir el bautismo.

Mas no les cogió de improviso su venida á los de la Ranchería, porque dos días antes, es-

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tando todo el pueblo en sus devociones y sú- plicas, les dieron noticia aquellas diabólicas deidades de que que venían el Padre y sus. compañeros, diciendo üracozoriso, con lágri- mas en los ojos:

Ya me veo obligado á buscar en otras par> tes otros que me adoren, porque de ésta mi iglesia me echa un grande enemigo mío, que ya se acerca: huios también vosotros. Trae este hombre en la mano un instrumento (decíala por la cruz) en que no puedo fijar la vista.

Oyó sus llantos y lamentos el pueblo, y pro- curó consolarle con mil dones y ofrendas; mas él, con sus compañeros, les volvieron el rostro, haciendo, como de concierto, un doloroso llan- to, levantando el grito y los aullidos á manera de desesperados.

Causó esto en el pueblo gran confusión y es- panto, el cual creció hasta que el demonio, en forma de un grande pájaro, despertando al ca- cique, le estimuló y exhortó á la fuga, por lo cual, así el cacique como el Mapono más vene- rable y de más años, y en pos de ellos gran parte de la plebe, se huyeron á los bosques, metiéndose en las grutas de las fieras.

Habíanse quedado algunos en el pueblo que estaban ya de partida, cuando el V. Padre, á

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 37

pie, y con la cruz en la mano, acompañado de algunos cristianos más fervorosos, entró en la Ranchería, llevando en alto la imagen de la Santísima Virgen.

Apenas le divisaron los paisanos, cuando se pusieron en fuga, y de ellos detuvieron á algu- nos los compañeros del Padre, no sin riesgo, porque enfurecido un bárbaro, descargó en la cabeza de un muchacho cristiano tan fiero gol- pe, con una hacheta de piedra, que si Dios por su misericordia no hubiera permitido que erra- se el golpe, se la hubiera partido por medio.

Procuraron aquietarlos con buenas palabras y quitarles de la cabeza aquellas sombras y sospechas con que el enemigo infernal había maquinado impedir su conversión.

Luego, llamando el P. Caballero á un mozo de buen aire y bien agestado, procuró ganarle para si con aquellos modos de amor y caridad que enseña á los varones apostólicos el celo de la salvación de los prójimos; y regalándole con mil cosillas de las que aprecian los bárbaros, le despachó á los que se habían huido; y Dios le puso en el corazón tal afecto para con el Misio- nero y en la lengua tal eficacia, que dentro de un breve rato volvió con una tropa de paisa- nos, y poco á poco los condujo á todos.

38 P. PATRICIO FEPvNÁNDEZ

Miraban al Padre asombrados, y le imagina- ban ó un monstruo ó cosa de la otra vida, pues tenia tanto poder para desterrar á los Tini- maacas y echarlos de sus tierras; mas á sus dulces y suaves palabras se recobraron: y aun- que ignorantes, reflexionando en aquellos la- mentos y desesperaciones de sus dioses, infirie- ron, por evidente conclusión, que eran muy fla- cos y de ningún poder, pues no podían resistir á aquel hombre, con lo cual se le aficionaron increíblemente, y desterrado de sus corazones todo temor, hospedaron con igual afecto en sus ranchos ó chozas al Padre y á sus compañeros.

El día siguiente, juntó todo el pueblo en la plaza al pie de una cruz que allí había enorbo- lado, les explicó los misterios que debían creer y los preceptos que habían de observar, descu- briendo la vanidad de sus deidades y perversi- dad y fraude de los sacerdotes; y públicamente el más viejo de todos, que había encanecido en la malicia, no pudiendo negarse á las luces de la verdad, con que el Padre le daba en los ojos, se rindió vencido, y confesó que había engaña- do á los demás por tener con qué sustentarse^

Oíale la gente con silencio y atención, y aún con aplauso y placer, principalmecte cuando re- firió la creación del mundo, y la caída de los

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 39

ángeles prevaricadores, á quienes habían sido muy devotos y fieles.

Continuó por algunos días la explicación de la doctrina cristiana, oyéndole siempre con igual gusto y provecho: y pareciéndole ya tiempo de quitarles todas las ocasiones de re- caer en la idolatría, ordenó que trajesen á la plaza los tabernáculos, las esteras y cuanto ser- vía al culto de sus dioses, y pisándolo todo por escarnio y llenándolo de inmundicia, lo hizo abrasar, reservando solamente un instrumento astronómico de bronce, que representaba al sol y luna con los otros signos del Zodiaco; don que muchos siglos antes les habían dado lo3 demonios, y después todos juntos se pusie- ron á bailar y cantar algunas canciones al son de los instrumentos que entre ellos se usan.

Ayudaron no poco á la conversión de esta gent^ los indios Zibacas, cuyo cacique, dijo en alabanza de la ley cristiana, tales cosas, que sin duda le dictaba las palabras el Espíritu San- to, á quien tenía en el corazón, que el mismo P. Caballero quedó no poco maravillado; y no hacían nada menos sus vasallos, los cuales, no pudiendo detenerse más tiempo por causa de sus labores, se fueron con gran dolor á despedir

40 P. PATRICIO FERNANDEZ

del V. Padre, quien describiendo esta despe- dida, habla de esta manera:

«Con cuántas lágrimas y suspiros se despi- » diesen, no puedo expresarlo bastantemente; no «sabian apartarse de mí, y yo no sentia menos »su partida; procuró consolarlos, diciendo que »el año siguiente, queriendo Dios, volvería y «les enseñaría más despacio su santa ley.»

Aunque se partieron los Zibacas, tan aficio- nados y devotos del P. Lucas, no por eso se res- friaron en su amor los Jurucarés, ni hubo cosa, aunque muy difícil, que no hiciesen por él.

Exhortóles á que depusiesen las armas y ajustasen paces con los confinantes, y ninguno hubo que no viniese en ello, y antes ellos qui- sieron ir en persona á pedir la paz á los Pizo- cas, mostrando que las obras correspondían bien á las palabras que le daban.

El cacique de más autoridad, antes de poner- se en camino, le suplicó con eficacísimos ruegos le administrase el santo bautismo, porque car- gado ya de años y lleno de canas, le quedaba poco de vida; y ya que por la misericordia de Dios había conocido la verdad, la quería tam- bién abrazar para que el conocimiento no le sirviese de eterna confusión.

Enternecióse el santo varón con tan justa

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 41

demanda; mas no pudo darle consuelo, porque tenía orden estrecha de los Superiores para no bautizai: á ningún adulto antes de fabricar la Reducción; por lo cual se excusó con lo mejor que pudo de no poder condescender con su pe- tición, aunque lo deseaba sumamente; 3^ que si él daba la palabra y perseveraba en aquel sabio y santo propósito, no tardaría mucho, ó en volver él mismo, ó si no pudiese, enviaría otro de sus compañeros en su lugar para que le pu- siese en el camino de la salvación eterna.

Ya que no pudo conseguir esto el buen ca- thecumeno, quiso que á lo menos en prenda de su promesa, le diese una pequeña cruz para traer al cuello y para muestra de otras que que- ría fabricasen sus vasallos, porque entendida la virtud de aquel santo Leño, quería ponerla en todas partes, para que por su respeto no osase el demonio causarles algún daño on la vida ó hacienda. Bautizados, pues, aquí los mu- chachos, pasó á los Quiriquicas, donde el año antecedente la Reina de los Angeles le había defendido de sus flechas.

Saliéronle al encuentro todos, hombres y mu- jeres, y le hospedaron cortesmente en su Ran- chería, mas no con aquellas demostraciones de afecto que el Padre esperaba; y sin duda fué

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porque había ya algunos días que estaba hecha la Ranchería un hospital de enfermos y mori- bundos por una epidemia pestilente que hacía gran estrago en todos, y lo peor era que echa- ban la culpa al Padre, diciendo que por haber querido matarle, había hechx) venir de otro lu- gar la peste para vengar su agravio.

Fué luego á visitar los enfermos y con ex- tremo dolor suyo vio morir á su vista una mu- jer, sin tener tiempo para administrarle el san- to bautismo; leyó sobre todos el Evangelio Sti- per cegros; mas Dios quiso diferir algún tanto el favor para que la gente tuviese en mayor aprecio y veneración su santa ley, y por ella á su ministro, y así fueron mejorando poco á poco los apestados; y entonces ordenó el santo varón que por las tardes se juntasen todos en la plaza; allí, desde un lugar eminente, les explicó la ver- dadera causa de aquel accidente; que no era él la causa por ser hombre flaco y miserable, y de nin- gún poder como ellos, sino sólo Dios del cielo, áquien él servía, que había tomado á su cuenta la venganza de la injuria que á él le habían hecho; que por tanto se quejasen de mismo, que á él le pesaba mucho de aquel mal. Inte- rrumpióle el cacique diciendo se habían muerto ya los que le habían hecho aquel agravio. A lo

HELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 43

cual dijo el P. Caballero: «No soy el autor de > este estrago, Jesucristo, criador del Universo, alo es: á Su Majestad es necesario pedirle que «cese, y esperar de él la 'gracia y misericordia.»

Mientras estaba en estas pláticas, le vinieron á avisar que estaba para espirar el cacique Sa- nucare. Kompió al punto el discurso para acu- dir á donde le llamaba la extrema necesidad, pero fué en vano, porque el mal, que era fuer- temente maligno, le había sacado de juicio, y estaba yo delirando con frenesí; y por más re- medios de que se valió, nunca le pudo volver en sí.

Afligidísimo por esta causa, se salió del Ran- cho del enfermo y postrado en tierra, con lá- grimas y súplicas muy afectuosas, empezó á pedir á Dios que por su piedad y por los mere- cimientos de su Hijo Santísimo, le concediese la gracia de darle á aquella alma, comprada con el precio de su sangre, el uso de la razón.

Al punto cesó el delirio y volvió en el en- fermo, de suerte que el Padre tuvo tiempo para instruirle en los divinos misterios y lavarle con las santas aguas del bautismo; y sugiriéndole afectos de contrición y esperanza en Dios, espi- ró en breve.

El día siguiente ordenó una devota procesión

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para obtener para aquella pobre gente el reme- dio de su calamidad. Mas lo que sucedió, será mejor oirlo de boca del santo Padre:

«Acompañado (dice) de cristianos y gentiles >enarbolé una imagen de la madre de Dios, «dando vueltas por toda la tierra, llevándola á »las casas de los enfermos, y lleno de confianza, >le decía Nuestro Señor: Mirad, Señor, á vues- >tra misericordia, y no entreguéis al estrago »de la peste estos nuevos fieles; no diga este » pueblo, tierno en la fe y débil en la virtud, >que sois muy riguroso en los castigos; si para »mi defensa echasteis mano de los milagros, amostrad ahora vuestro poder en sanarlos, para » gloria de vuestra ley. Entraba con esta con- » fianza en las casas de los enfermos apestados »y arrodillados todos, así cristianos como gen- otiles, rezábamos el Ave-María; luego pregun- »taba al enfermo si creía de corazón en Jesu- > cristo y confiaba en su Santísimo Madre, y «respondiéndome que sí, le aplicaba una estam- >pa de San Francisco Xavier para que me fue- »se intercesor con la Reina del cielo, y mis pe- >cados no impidiesen su piedad; por último, >le tocaba con la imagen de la Virgen Nues- »tra Señora, y de esta manera, en pocos, días >cesó la peste y aún los de más peligro reco-

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 45

sbraron la salud.» Así el Venerable Padre.

Consolado con este favor aquel pueblo, se puso luego en camino hacia los Cozacas para llegar á los Tapacurás, antes que el tiempo rompiese en lluvias y cerrase los caminos. En esta jornada vino Patozi, el cacique de los Mo- posicas, con gran número de sus vasallos, y se le quejó mucho porque no iba á sus tierras, usando de cuantas artes y modos de ruegos supo para moverle á compasión; con todo eso, aunque el Padre lo deseaba mucho, no lo pudo consolar, por no querer torcer su viaje á otras Rancherías del Norte ó del Mediodía, sino sólo tirar derechamente á Poniente; y reconocida su buena voluntad, le convidó á que le acompaña- se hasta los Cozocas, que ya tenía á la vista.

Luego confortó en el alma con un fervorosí- simo razonamiento á sus neófitos, y les exhortó á ofrecer su vida á aquel Señor que por el bien de las nuestras dio la suya; porque el demonio, que llevaba muy mal tantas pérdidas, sin ha- berlas podido remediar, había hecho el último esfuerzo con los Cozocas para que le quitasen la vida; lo mismo deseaba el santo Misionero; y hablando con sus cristianos, sólo sentía que la rabia del enemigo infernal y de sus secuaces no tuviesen permisión para matarlo.

46 P. PATBICIO FERNANDEZ

Estábanle mirando los Cozocas desde la plaza de su Ranchería, y apenas el Padre se puso á mirarlos con la cruz en la mano, cuando pro- rumpiendo en gritos descompasados, á la usan- za de bárbaros, le dispararon una tempestad de saetas, que á no repararlas Dios con su mano poderosa, hubiera quedado muerto.

Los cristianos y cathecúmenos, viendo las cosas tan contrarias, se retiraron atrás. Sólo iba al lado del siervo de Dios un joven fervo- rosísimo, deseoso de dar la vida en testimonio de la fe, que pocos meses antes había abrazado. Seguíanle otros cuatro, uno de los cuales lleva- ba en alto la imagen de la Madre de Dios. Pro- curó el apostólico Padre sosegar con su angeli- cal rostro y afables y corteses palabras aquellas furias del infierno.

Todo fué en vano, porque envenenados los bárbaros contra Jesucristo y su ley, sin hacer caso de nada, le apuntaron y dispararon un gran número de saetas á su cabeza, mas nunca pudieron acertar; antes bien veían manifies- tamente que volvían atrás las flechas, como si una mano contraria las tirara; y una dis- parada con tal ímpetu que le hubiera pasado de parte á parte; pero al llegar la detuvo sin duda Dios, é hizo caer sin fuerza á los pies del

KELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 47

Padre. Con otra hirieron en el vientre á un cristiano que llevaba la imagen, y alegrísimo el buen muchacho de su dichosa suerte, se re- tiró aparte para gastar con Dios los últimos períodos de su vida, con no menos gloria suya que envidia del P. Lucas, que abrazándole es- trechamente, se dolía de que en pena de sus pe- cados no merecía acompañarle en la muerte.

Entre tanto, el Mapono atizaba con rabia in- fernal á los suyos, y cerca de una hora estuvie- ron disparándole saetas sin causarle más daño que romperle el vestido; bien que al levantar en alto aquella santa imagen, le corrieron por los brazos extraños dolores y le impidieron el uso de ellos.

Mientras ellos procuraban valerse de todas las suertes de su crueldad y fiereza para darle la muerte, los cathecúmenos desde lejos procu- raban librarle de ella, amenazando á los Cozo- cas que vendría sobre ellos la ira de Dios y les daría su merecido, como á su costa ellos lo ha- bían experimentado; y ó fuese porque el temor les hiciese caer en la cuenta, ó porque Dios re- primiese su orgullo, dándoles más acerbos do- lores en ios brazos, se pararon algún rato y die- ron tiempo y oportunidad al siervo de Dios para acarearse al Mapono, y con modo cortés y

48 P. PATRICIO FERNANDEZ

afable le dio á conocer el poder de Jesucristo, que por más que él y los suyos lo intentasen, si no era voluntad de su Divina Majestad, no le podrían quitar un cabello; y que sus Tini- maacas, por más que se jactasen de que eran señores del cielo y dueños del mundo, al fin no eran otra cosa que miserables y flacas criaturas condenadas por su culpa á cárcel perpetua en el infierno.

Entre tanto que él hablaba así al Mapono, puso Dios los ojos de su piedad sobre aquel bárbaro, y penetrándole lo interior del alma, sosegó aquellas furias; con lo cual, cambiado el furor en agrado, le hospedó cortesmente en su casa, poniéndole la mesa abastecida de lo mejor del país.

Estando en esto se echó á sus pies un gentil, y con lágrimas en los ojos le pidió que al pun- to le bautizase, porque temía mucho no le ma- tasen allí á traición por causa de algunos dis- gustos antiguos, y no quería perder con el cuerpo la vida del alma. Dióle gusto el P. Lu- cas y quiso celebrar, como celebró, la sagrada función de aquel bautismo en uno de los tem- plos, por más que le pesaba al demonio y á los de su partido.

El mismo día había despachado el Mapono

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 49

\in mensaje á Ahetzaico, cacique de los Suba- recas, para que con su milicia viniese á ayu- darle á exterminar ó desterrar del mundo al ene- migo capital de los dioses y á sus compañeros; mas desbarató sus designios un ángel, el cual, apareciéndole, no si en sueños ó despierto, le ordenó que fuese á encontrar al Padre y le re- cibiese en su tierra y oyese su doctrina.

Vino el cacique sin armas, servido de dos de sus vasallos, y noticiado del atrevimiento de los Cozocas, se encolerizó sobremanera contra el Mapono; y hubiera puesto en él las manos, á no haber venido á buen tiempo uno que daba aviso de que dos cristianos heridos estaban ya para espirar. El P, Lucas nos dirá mejor con sus palabras lo que entonces sucedió:

< Acudí (dice) á donde yacían tendidos sobre »la tierra aquellos mis dos muchachos; que á la » verdad era espectáculo digno de mover á cual- » quiera á compasión, verlos tan malamente be- rridos que el saelo estaba b'^ñado en su sangre? >; cubiertos de moscas, que parecían cadáveres, »ñm tener un trapo con qué cubrirlas llagas, y >ser necesario por esto servirse de las hojas de »los árboles; causábame, empero, grande admi- * ración y asombro su paciencia, los tiernos co- «loquios que hacían á la Santísima Virgen,

LIB. QUE TRATAN DE AMÉRICA.— T. XIII. 4

50 P. PATRICIO FERNANDEZ

» alegrándose de derramar la sangra y morir »por aprovechar á sus prójimos, y en servicio »de su santísimo hijo. Uno de ellos era Mana- »cica de nación, bautizado pocos meses antes y >me servia de intérprete; tenía atravesado el abrazo con una flecha, y por eso, heridos los » nervios, le causaban desmayos y pasmos mor- » tales; al otro, herido en el vientre, se le habían «salido en gran parte las entrañas. Ordené que »los llevasen debajo de una enramada, donde «queriendo volver á poner en su lugar las en- »trañas á este último, fué necesario cortarle » parte de ellas. Encomendóse con grande con- » fianza á la E-eina de los Angeles, y después de »un ligero sueño se halló perfectamente sano; »el otro se restituyó en breve á su entera salud, «hallando su brazo libre y expedito, sin otro ^remedio que el de Dios y su Providencia, pues «allí no había otro.» Hasta aquí el P. Lucas.

Detúvose allí algunos días para arrancar de raíz la idolatría y disponerlos á recibir la santa ley de Cristo; y aunque al principio le fué pre- ciso ir ganando tierra poco á poco, venciendo al fin la gracia del Espíritu Santo, abrieron los ojos aquellos bárbaros y se ofrecieron de buena gana á alistarse en el número de los fieles, pre- sentando en prendas de esta verdad á sus hijos

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 51

para que desde luego fuesen lo que ellos de allí á poco habían de ser.

Llevaba mal Ahetzaico, que se detuviese el Padre tanto con los Cozocas; y se lamentaba tanto de esta tardanza, que precisó al siervo de Dios á despedirse de aquí é ir á su tierra, donde no hubo bien llegado, cuando fueron inexplica- bles las alegrías y señales de júbilo que mos- traron los Subarecas, saliéndole á recibir y ha- ciendo fiestas á su usanza propias para cuando quieren mostrar extraordinaria alegría.

Cuál fuese la pompa, y lo que más importa, el santo fervor de devoción con que desde el primero al último veneraron estos nuevos ca- thecúmenos la Santa Cruz, no es fácil refe- rirlo.

El cacique y los principales quisieron tener la honra de formarla y ponerla en la plaza, no permitiendo que otros más inferiores pusiesen la mano en esta obra; luego, arrodillados todos al rededor de la cruz, la adoraron humildemen- te, y entre tanto, las mujeres y el resto del ]3ue- blo estaba bailando y cantando al son de sus instrumentos, y los cantares eran alabanzas ds la Crnz , de la santa ley de Dios y de la Santísima Virgen; ni se acabaron las fiestas aquel día, antes bien las continuaron por mu-

52 P. PATEICIO FERNANDEZ

chos días, no sabiendo ponderar el consuelo que tenían, por haber de ser cuanto antes cristia- nos, y levantado y adorado en su tierra el árbol de nuestra Redención. Y Dios Nuestro Señor, para confirmarlos en la fe, y mostrar cuánto se agradaba de aquella devoción y fervor, restitu- yó la salud á todos los enfermos y calenturien- tos con sólo leer el Padre sobre estos el Santo Evangelio.

Qué júbilos de alegría sentía en el corazón y qué lágrimas de consuelo le corrían de los ojos al P. Caballero, confiesa él mismo que no lo podía explicar, acordándose que aquellos mismos que ahora con tanta veneracián adora- ban la cruz, y en ella á Jesucristo, eran los que poco antes adoraban á los demonios feos y abo- minables.

Mas no por esto se olvidaba del término de su viaje, por cuya causa se hubo de despedir de los Subarecas, no sin grandes lamentos y llanto universal de aquella buena gente, la cual, viendo que no le podían tener más tiempo en tierra por entonces, quiso que la flor de la ju- ventud le fuese acompañando para ir allanando el camino y proveyéndole de víveres al Padre y á sus compañeros, lo que ejecutaban á com- petencia con los Cozocas.

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 53

Ya habían caminado algunas jornadas cuan- do cayeron enfermos once de sus neófitos, con increíble dolor del santo misionero; mas el mo- do como sanaron, lo escribe él mismo por estas palabras á su Provincial.

«Padecía yo (dice el P. Lucas) la enfermedad >de todos, y me penetraba el corazón el escán- >dalo de los gentiles, los cuales se maravillaban «mucho que gozando ellos de muy buena salud, > enfermasen los cristianos, con lo cual parecía «querer decir que aquella ley no era tan santa «como yo se la había pintado, pues sus profeso- »res estaban sujetos á las enfermedades sin pe- nder librarse con solas] cuatro palabras, como á » ellos no pocas veces les había sucedido. Quéje- nme amorosamente á mi Señor Jesucristo y á »su Santísima Madre, diciendo:

» Bien conozco, Señor, que mis pecados

merecen esto y mucho más; pero, mirad, Se- »ñor, por vuestra gloria; no digan los infieles •que los cristianos tienen un Dios que no tie- »ne entrañas de compasión con aquellos que •le adoran: Ne dicat gentes ¿iibi est Leus »eorumP Mirad, Señor, que los neófitos ten- »drán horror á los trabajos y fatigas de la Mi-

sión, si perseguidos de los infieles bárbaros y > afligidos de las enfermedades, no acudís pres-

54 P. PATRICIO FERNANDEZ

»to á socorrerlos y librarlos. ¿Quién me acom- ^>pañará en estos desiertos para abrirme cami- »no y servirme de intérprete para declarar «vuestra ley? Si obráis milagros para sanar »á los infieles, ¿por qué no haréis lo mismo con < los cristianos?

»No tardó mucho en moverse á piedad el * Padre de las misericordias y Dios de toda » consolación, porque la víspera de los Angeles «Custodios se dejó ver muy resplandeciente »uno de estos bienaventurados espíritus, de «uno que estaba con calentura, y le dijo:

» Esta enfermedad que padecéis os ha ve- »nido en lugar de la muerte que habiais de lle- »var de manos délos bárbaros. Confiad en Dios, «que cesará el mal. Grande será el premio que «tendréis allá en el cielo por los trabajos y fa- «tigas que padecéis por dar á conocer á Dios á » vuestros paisanos.

»Con eso creció en todos la confianza; quise «yo darles una bebida, no si purga ó bebida, « porque no conocia su fuerza, con lo cual cre- «ció el mal; y no sufriendo los ardores de las. «fiebres ardientí simas, y haciéndose llevar al «río, se arrojaron al agua para templar con lo » exterior de aquel frío el calor de sus fiebres; y »sin otro remedio quedaron todos sanos y sal-

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS OO

«VOS.» Hasta aquí el V. P. Lucas.

Y á la verdad era necesaria tal enfermedad y tal milagro para que perseverasen hasta el fin del viaje; porque atemorizados de tantos riesgos y peligros de la muerte que á cada paso encontraban, ya á manos de los bárbaros, ya de la sed ó de la hambre, se habían los neófitos resfriado no poco en el celo de anunciar el santo nombre de Dios á los que vivían en las tinieblas de la infidelidad, y cayendo ahora en la cuenta y reconociendo mejor las cosas, pos- trados todos por tierra pidieron al Padre per- dón de su temor y flaqueza, y se ofrecieron á Dios con corazón valiente y firme para vencer cuantas asperezas y dificultades encontrasen, aunque fuese necesario perder la vida en su servicio.

Pusiéronse nuevamente en camino con esta resolución por una senda estrecha y difícil de un bosque espesísimo, con no pequeño tra- bajo; y después de caminadas pocas leguas, perdieron el rastro de la senda, no sabiendo dónde estaban, ni por dónde tomar rumbo, por cuya causa anduvieron perdidos por espacio de un mes entero, ya trepando por fragosas mon- tañas, ya metiéndose por lo más interior del bosque; sin tener otra cosa que comer sino

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hojas de árboles y raíces silvestres, ni en qué descansar y tomar un corto sueño sino una red colgada de un árbol, á cielo descubierto.

En este aprieto, al P. Caballero, que era de complexión delicada y de suyo enfermizo, y que por los trabajos é incomodidades apenas se podía tener en pie, le sobrevino una tan gran flaqueza de estómago, que no podía retener manjar ninguno por lijero y de poca substancia que fuese; pero no obstante esto, la virtud de su espíritu suplía las fuerzas que faltaban al cuerpo, siendo el primero que animaba á los otros á arrojarse á los peligros y que con sus mismas manos abría el camino.

Finalmente, con algunas frutas ásperas y desabridas al paladar, se recobró á sus fuerzas antiguas, echando Dios su bendición en aquel remedio, más á propósito para enfermar á los sanos que para sanar enfermos.

Aterrados de tantas dificultades los gentiles se volvieron atrás y lo mismo hubieran hecho no pocos de los cristianes, si la Madre de Dios. en cuya gloria redundaba el buen suceso de aquella empresa, no se hubiera aparecido á uno de los más desanimados, y reprendiéndole ás- peramente de su poco ánimo y la falta de fide- lidad á lo prometido á Dios.

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Por Último, haciendo el P. Lucas fervorosí- sima oración al arcángel San Rafael j á los án- geles Custodios de aquellas naciones, vino á salir á la Ranchería de los Aruporecas, donde los años pasados había hecho una Misión y ro- gado á su cacique que le acompañase con algu- nos de sus vasallos hasta las Rancherías de los Tapacurás, se escusó de hacerlo, temeroso de que los Tapacurás se vengasen de los daños que habían padecido en una guerra que les había hecho; mas dándole el Padre su palabra de que ajustaría la paz, se rindió el cacique á ir acom- pañando al siervo de Dios.

Guiado, pues, de una escuadra de Arupore- cas, se puso en pocos días á vista de los Tapacu- rás; pero antes de entrar envió á la Ranchería un neófito, de nación Tapacurá para que le re- cibiesen cortesmente y no hiciesen algún des- mán contra sus enemigos los Aruporecas.

Sintieron mucho los Tapacurás su venida, mas con todo eso, disimulando el disgusto, le saKeron á recibir, y hospedándole en una casa acomodada, le hicieron muchos presentes de frutas y caza: no obstante, cuando quiso dar principio á sus apostólicos ministerios, se hicieron sordos y aun le impidieron obstina- damente que pasase á las Rancherías de su na-

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ción, y solo le querían conducir á tierras de los enemigos. Lo mismo respondió May mané, ca- cique de otro pueblo, que había venido á cum- plimentar al Padre. Es digna de saberse la cau- sa de todo esto.

Había el santo varón los años pasados enar- bolado en esta tierra una cruz; vinieron allí unos ministros del demonio, acompañados de una tropa de indios Cuzicas, Quimomecas y Pichasicas, y sacándola del boyo en que estaba fijada, la hicieron pedazos con mucha irrisión y escarnio.

No tardó mucho la ira del cielo en vengar el atrevimiento de aquellos malvadoss y desagra- viar la Santa Cruz, porque se encendió entre ellos una peste que hizo tal estrago que en bre- ve quedaron muertos aun los menos culpados en aquel delito, siendo muy pocos los que es- caparon de aquella parcialidad. Por esta causa temían estos que sucediese lo mismo aquí y en los otras lugares de su nación, por lo cual, á fin de prevenir el daño propio, le exhortaron á que se fuese á los Paunacas ó á donde más gustase, porque ignorantes ó ciegos en sus errores, no conocían que si por las injurias hechas á la santa cruz les venían tantas desgracias y de- sastres, la reverencia y devoción que la tuvie-

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sen les alcanzaría mucho mejor del cielo la bendición.

No por esto desmayó el siervo de Dios, antes tomando materia de este mismo temor para predicarles, lo hizo con tanto fervor de espíritu y eficacia de palabras, mostrando que no eran menos dignos de muerte los que osaban inju- riar á la santa cruz quo los que impedían su culto; y así convencidos, se rindieron á su vo- luntad, y levantándola en alto en medio de la plaza, todos con reverente inclinación la adoraron y se ofrecieron á pasar con él á otras tierras.

Bautizados, pues, allí los niños, prosiguió con ellos su viaje, pero hallaron desiertas las Rancherías; porque el demonio, que llevaba mal tantas ventajas de la gloria divina, había con infernal astucia persuadido á la gente que se mudasen á otro lugar donde no les pudiesen hallar tan fácilmente; fueron no obstante esto siguiendo el rastro, y al salir de una espesa selva dieron en una bellísima campaña, muy amena y alegre á la vista; pero por la mayor par- te pantanosa, por los muchos manantiales de agua que en ella había. Descalzóse el P. Caba- llero y empezó á pasarla, y tras él los indios, y á la verdad lo que padeció en aquel paso nin-

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guno lo puede decir mejor que él mismo que lo experimentó. Escríbelo así el venerable Mi- sionero:

«Pasábamos el agua á las rodillas, y eran »tan profundos los pantanos, que apenas po- »día sacar el pié, cayendo y levantando á »cada paso; acabó de empaparme en agua una >lluvia deshecha que duró muchas horas. Y lo »que me causó más tormento fué un género de *paja que allí había, de dientes tan agudos co- »mo de sierra, que me desolló los muslos y •piernas, de que aún tengo ahora las señales, y »duró este martirio más de media legua.»

Después de tantos trabajos dio con una Ean- chería, cuyos moradores, viéndole tan desíigu- rado, se maravillaron no poco de que quisiese padecer tanto solo por el provecho y salvación eterna de sus almas. Hubieran mostrado la fineza de su afecto si la pobreza y carestía de lo necesario se lo hubiera permitido; con todo eso buscaron alguna cosa, la mejor que halla- ron, para proveerle de mantenimiento.

Viendo el cacique de los Paunacas tanta mi- seria y pobreza en aquella gente le convidó cortesmente para que fuese á su tierra, donde con más comodidad podría repararse y reco- brar sus fuerzas. Aceptó el Padre al punto la

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oferta, no tanto por restituirse á su salud, de que no se le daba mucho, cuanto por anun- ciarles el nombre de Dios y ganar fieles á la Iglesia.

En compañía, pues, de gran multitud de bárbaros, se partió allá el día siguiente y en el camino les cogió una tan furiosa tempestad de agua, que por más prisa que se dio se deshicie- ron sus pobres zapatos; con que hasta la vuelta se vio precisado á andar descalzo, caminando por bosques y montañas muy agrias y por lla- nuras sembradas de yerbas muy espinosas.

Saliéronle al encuentro los Paunacas, con se- ñales de grande fiesta y amor, á que no pudo corresponder el santo varón sino con un sem- blante alegre y risueño, porque ni ellos enten- dían su lengua ni el Padre la de ellos, ni tenían intérprete por cuyo medio se pudiesen decla- rar: y así fué preciso trabajar más con las ma- nos en obras de caridad, que con la lengua en la predicación: no obstante todo eso, por señas, y con tal cual palabra que entendieron, les expli- có el fin de su venida; pero el enemigo infer- nal, por no llevar también aquí la peor parte, persuadió al pueblo despachasen los niños á otro lugar, para que el Padre Lucas no se los sacase de sus garras, reengendrándolos al cié-

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lo con el santo bautismo; por lo cual, con in- creíble dolor del santo varón, por no poder re- coger allí el mejor j más seguro fruto de sa Misión, quiso vengarse levantando una gran cruz delante de un templo del demonio, en lo cual trabajó no poco, porque se le opusieron obstinadamente aquellos bárbaros, y faltó poco para que no pusiesen en él las manos; pero el siervo de Dios, que nada deseaba más que ser muerto por Cristo, no desistió de su empeño, antes á su vista hizo pedazos pisó algunas figu- ras y retratos del demonio, con no poco horror de los gentiles, temiendo cayese sobre todos una tempestad de rayos y saetas.

Por entrar ya el invierno se vio precisado á salir presto de aquí, y volver á pasar de nuevo á pie descalzo aquella campaña pantanosa, con lo cual se le abrieron las llagas y apenas podía moverse.

Por esta causa, sus compañeros, movidos por una parte de compasión, y por otra viendo que estaban mal aviados y que el viaje que les fal- taba era de muchas semanas, le pidieron apre- tadamente se quedase entre los Tapacurás has- ta la primavera. Mas el Padre, á quien dolían más las necesidades comunes de las almas que las del cuerpo, alentándolos, no tanto con las

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palabras cuanto con el ejemplo, pasó adelante, j á pocas jornadas le dejaron los Aruporecas por causa de los ríos soberbios, ya con las cre- cientes, y los neófitos pasaron no sin gran ries- go, en una pequeña canoa el río Ziresirio «y »sin guía ni rumbo, (escribe el mismo Padre) » caminamos por ríos, lagunas y pantanos sin ^> hallar ni tener algún mantenimiento para so- » portar tantos trabajos, sino hojas de árboles y > raíces de yerbas: acordeme haber oído que «cerca de los Bohocas se descubría en alto una «montaña; mandé á mis compañeros que su- »biéndose en las copas de los árboles registra- »sen la tierra; y descubriéndola al fin, por gran » ventura, caminamos hacia allá, y con el favor *de Dios, después de tres semanas de camino, »con mil trabajos y fatigas, entramos en su ■'> Ranchería, donde recibidos con gran fiesta y » alegría, nos proveyeron de cuantos víveres les «fué posible para nuestro reparo.» Así el P. Lu- cas. Detúvose aquí algún tiempo para recobrar así él, como sus compañeros, las fuerzas con que proseguir el viaje hasta la Reducción de San Francisco Xavier y de esta manera tuvo comodidad 3^ tiempo para confirmar á los Bo- hocas en el amor de Cristo y devoción á la santa cruz.

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Observó un día que en la clioza ó Ranclio donde le habían hospedado había unas disci- plinas con pelotillas de cera, armadas de agu- das espina y sabiendo que en otras partes ha- bía también un gran número de ellas, entró en sospechas de que fuese alguna superstición; llamó aparte al cacique Soriocó, y quiso infor- marse de él, preguntándole la causa de esta novedad, la cual me parece cometería un gran- de yerro si la refiriese con otras palabras que las de aquel bárbaro, según la declaró el Padre Caballero:

*' Habían venido aquí (dijo el cacique) á » hacer sus Ranchos los Berilios, gente de ge- *nio altivo y soberbio, que burlándose de nos- » otros y de nuestras costumbres, nos tenían en *poco. Enfadados nosotros de este desprecio, *en lo más oscuro de la noche nos conjuramos •contra ellos, y matamos á todos los varones, «reservando las mujeres para nuestro uso.

» Dentro de breve tiempo vino sobre nosotros >un contagio que hizo tal estrago, que pensa- *mos perecer todos, y creyendo que era castigo »del cielo, en pena de aquel delito, nos acorda- *mos de que los cristianos, para aplacar la jus- >ticia de Dios se disciplinaban hasta derramar » sangre de las espaldas.

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»Por lo CHal, levantando en alto aques- »ta cruz que aquí ves, nos azotamos áspera- » mente muchas veces al pie de ella, pidiendo á «Dios misericordia y perdón de nuestras culpas: »cesó al punto la pestilencia, de suerte que «desde aquella hora en adelante no murió nin- »guno de los tocados de la peste, y ninguno de »los sanos enfermó del contagio; y una noche «estando presentes muchos del pueblo que lo » vieron, bajó del cielo un mancebo bellísimo «con el rostro muy resplandeciente, y postrado »en tierra la adoró; desde entonces tenemos » nosotros en gran veneración á este santo ma- »dero, y deseamos abrazar cuanto antes la fe de Jesucristo.» Hasta aquí el buen cacique.

No es fácil de explicar cuánto se animó el santo misionero á llevar al fin la obra comen- zada de juntar en una Reducción aquellos pueblos, para instruirlos en los misterios que deben creer, y en los mandamientos que de- ben observar, viendo que agradaban á Dios sus designios, y los bendecía desde el cielo con sus influjos.

Despidióse al fin de aquella gente y enderezó su viaje hacia la Reducción de San Francisco Xavier, donde por Enero del año 1708, después de cinco meses no menos de méritos para

LIB. QUE TRATAN DE AMÉRICA. T. XIII. 5

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mismo por los trabajos y afanes tolerados, que útiles al cielo, por la conquista de tantas almas, llegó deshecho y consumido de las fatigas de sus apostólicos ministerios, para recobrarse y to- mar aliento, no tanto en el cuerpo, de que cui- daba poco, cuanto en el espíritu para poder volver en abriendo el tiempo, á fundar una nueva Reducción en los países descubiertos.

CAPITULO XY

Funda el V. P. Lucas Caballero la Reduc- ción de Nuestra Señora de la Concep- ción, y es muerto á manos de los infieles Pmjzocas.

Tenía orden el P. Lucas, como ya he insi- nuado, del P. Visitador de aquellas Reduccio- nes Juan Bautista de Zea, de escoger un sitio cómodo en campaña abierta, en medio de aque- llas .Rancherías, de diferentes lenguas, para que en él se pudiesen juntar aquellos pueblos, y ser allí impuestos en la vida civil, é instrui- dos en la ley divina.

Tenía poco en qué escoger, por estar todo el país poblado de espesísimos bosques: sólo entre los Tapacurás y Paunacas se descubría un va- lle, mas por la mayor parte estaba lleno de la- gunas y pantanos, fuera de haber en él infinita

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multitud de mosquitos y tábanos que de día y de noclie causaban insufrible molestia.

No obstante, constreñido de la necesidad, puso aquí casa el Venerable Padre y dio prin- cipio á la Reducción de la Inmaculada Concep- ción, á orillas de una grande laguna donde vivia gente de muchos idiomas y diferentes costumbres.

Eran éstos los Paunapas, Unapes y Caraba- bas, pueblos sobremanera salvajes, de poco áni- mo y cobardes; todos, hombres y mujeres, andan bárbaramente desnudos, y aunque de distintas lenguas y costumbres que los Mana- cicas, tienen la misma religión de adorar al demonio en la forma que se les manifiesta.

Propúsoles el santo varón, con su acostum- brada energía las supersticiones que debían abandonar y los misterios y preceptos que habían do creer y guardar para merecer el favor de Dios en esta vida y la eterna biena- venturanza en la otra.

Ellos, atraídos de la esperanza del premio, y atemorizados de los castigos, si no obedecían á la voluntad de Dios, le dieron palabra, uná- nimes y conformes, de obedecer pronto á su vo- luntad, con tal que sólo les permitiese la chi- cha, bebida ordinaria suya, porque el agua

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lea causaba dolores agudos en el estómago.

Es esta gente muy dada al trabajo, porque no tienen otro Dios á quien más estimen que sus campos y sembrados, y tienen en poco al demonio, y sólo le estiman en cuanto se per- suaden les está bien á sus intereses.

No usan ir á cazar á los bosques, ni ir á coger miel y solamente se apartan de sus casas aquel esjDacio de tierra que les puede durar un frasco de aquél su vino, que es su única provisión y matalotaje en los caminos.

No tuvo el P. Lucas mucha dificultad en permitirles el uso de aquella bebida, porque no causaba en ellos embriaguez, único motivo para desterrarla de las otras Reducciones.

Tuestan el maíz hasta que se hace carbón, y después bien pisado ó molido le ponen á cocer en unas grandes calderas ó paylas de barro, y aquella agua negra y sucia que sacan, es toda la composición de la chicha, de que ellos gus- tan tanto que gastan buena parte del día en brindis, no durando el trabajo en el campo sino desde la mañana hasta el medio día; mas aun- que prometieron ellos dejar sus antiguas dia- bólicas supersticiones, no las olvidaron tan fá- cilmente.

Sospechó el P. Lucas que algunos oculta-

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mente no observaban éste su orden, haciendo y celebrando los funerales y exequias con lo» ritos y ceremonias del gentilismo: y para co- gerlos in fraganti, puso algunos que los es- piasen.

Dentro de poco murió una mujer y luego de- terminaron los infieles hacerle el entierro á su usanza. Compusieron para eso un galpón 6 templo hecho de ramas trabadas, con las mejo- res labores que les fuese posible, y levantaron en medio dos palos para trono del demonio, que en forma visible viene á recibir las ofren- das, á oir las súplicas y á agradecer los sacrifi- cios que hacen por el alma del difunto. Ciñen la enramada de una red, dentro de la cual no entran otros que el Mapono y los más cercanos parientes del muerto.

Celebraban estas exequias, para que no fue- sen descubiertos, en lo más oscuro de la noche, y estaban ya en lo mejor y más devoto de la función, cuando de repente llegó el Padre Lucas , y fijando la vista dentro de aquel infame sagrario, vio en medio de aquellas ti- nieblas centellear los ojos del enemigo infernal, que lleno de majestad y terror estaba sentado sobre aquellos dos palos; y aunque al siervo de Dios se le erizaron los cabellos y se extremeció

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de horror, quiso, no obstante eso, arrojarse dentro. Lo cual, no pudiendo sufrir el demonio, desapareció en un momento, arrebatando en cuerpo y alma á su sacerdote, que jamás pare- ció, gritando que nunca le verían más en aquel lugar, de dónde, mal de su grado, era arrojado con deshonra y vergüenza.

Reprendióles el fervoroso Misionero, con celo ardiente, su poca fe, y con el ejemplo del Mapono, llevado vivo por el demonio al infier- no, les hizo conocer claramente que no era otra su intención que hacerles perder de una vez el cuerpo y alma.

Tomaron casa en la Reducción los más cer- canos pueblos de los Manacicas, dejando los más distantes, situados hacia el Oriente, al celo del P. Francisco Hervás para que los condujese al pueblo de San Francisco Xavier: mas el P. Hervás, con extremo dolor y sentimiento, no encontró otra cosa que cadáveres y huesos de muertos, por haber hecho en aquellos pobres infieles un estrago fatal el farioso contagio que poco antes había infestado aquel país.

Tuvo allí el P. Caballero noticia cierta de otra nación con quien los Manacicas andaban siempre en guerras y hostilidades, por lo que se le inflamó el corazón en encendidísima cari-

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dad y deseo de verlos y traerlos al conocimien- to de su Criador, especialmente que no eran tan rudos y salvajes como los otros pueblos, que á costa de tantos trabajos y sudores había reducido al rebaño de Cristo.

Estaban sus Rancherías bien pobladas, con gobierno civil y político; las casas, calles y plazas estaban bien ordenadas; fabricaban de plumas bellísimos escudos, y las mujeres tejían sus vestidos con grande arte, bordándolos con flores en proporción y orden.

Estas noticias le avivaron el deseo de regis- trar aquel país y conocer á sus naturales; y así, no haciendo caso del riesgo de perder la vida, animó y exhortó á algunos de sus neófitos a que le acompañasen.

Puesto, pues, en camino, apenas tocó en la primera tierra, pocas millas distante , le salió al encuentro una cuadrilla de bárbaros, que le recibieron con una tempestad de saetas, no queriendo en ninguna manera dar oídos á sus palabras; no por eso perdió el Padre un punto de su aliento y valor; antes bien, sin te- mor alguno, se iba acercando á ellos, que vien- do tanta generosidad, y que no le podían acer- tar con ningún flechazo, mudaron la nativa fie- reza en otra tanta cortesía y respeto.

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Recibiéronle con muestras de grande bene- volencia, presentándole frutas del país y algu- nos escudos primorosamente adornados de plu- mas. La casa en que le hospedaron caía hacia el templo, con lo cual tuvo comodidad para ob- servar los ritos y supersticiones en el entierro de un difunto.

Al entrar la noche trajeron el cadáver en medio de la plaza, donde dándole sus amigos y parientes los últimos abrazos, le pusieron sobre un haz de leña, dispuesto en forma de pira; luego le pegaron fuego y redujeron el cadáver á cenizas, que recogidas con infinitas ceremo- nias y llantos, las depositaron en una urna de barro.

Esta vista y espectáculo causó gran temor y espanto á los neófitos, y viendo entre tanto que venían á la plaza muchas cuadrillas de gente que andaba rondando y tomando los puestos y boca-calles, bien que quietos y en silencio, sos- pecharon que semejantes exequias se disponían para ellos, por lo cual se quisieron luego poner en salvo; causa porque le hicieron al siervo de Dios tales instancias, que le fué necesario sa- lirse antes de amanecer y volverse, con increí- ble dolor suyo, porque perdía la esperanza de reducir en breve aquella no mal dispuesta na-

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ción al conocimiento de Cristo, y de lograr en poco tiempo nna copiosa ganancia de almas para el cielo.

Consolóse, empero, con la esperanza de reco- ger el año siguiente aquella mies, mas aun esta esperanza se le desvaneció también dentro de poco, porque una tropa de mercaderes europeos' de la profesión que arriba dije, dio de improviso sobre tres de sus Rancherías, donde destrozados los principales y hecbo notable estrago en to- dos los adultos, hasta llegar á quemarlos vivos en sus casas cuando no querían rendirse, las destruyeron totalmente, llevando por esclavos á toda la chusma de niños y mujeres, de que buena parte pereció en el camino, rendida á los trabajos y malos tratamientos de aquellos bár- baros vencedores.

Quiso, con todo eso, el Apostólico Padre pa- sar adelante, pero halló la gente confinante tan envenenada por aquella cruelísima matanza, urdida y maquinada á traición, que quería ven- gar la injuria en las vidas de los nuevos cris- tianos; por lo cual le fué preciso retirarse con presteza para que los inocentes no pagasen la pena de los culpados, difiriendo la empresa para cuando el tiempo pusiese en olvido el agra- vio y desahogando entre tanto su celo en otras

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tierras, cuyos moradores iba juntando en la nueva Reducción, la cual trasladó á sitio más cómodo para la salud de los catliecúmenos, en una llanura que de la banda de Oriente mi- raba á los Puyzocas, por el Norte á los Cozo- cas y á los Cosiricas por Occidente.

Aquí no daba treguas á las fatigas, impo- niendo á los bárbaros, con increíble paciencia, en costumbres civiles y políticas, enseñándoles la observancia de los preceptos de la ley de Dios é instruyéndolos en los Misterios de la íe; siendo ésta la tarea continua de todo tiempo y de todas horas, y olvidado de mismo, sólo atendía al bien de los prójimos, de suerte, que aun el necesario alimento para conservar la vida apenas había día que no le repartiese con sus cristianos, gozoso y contento con dilatar la gloria de su Señor, y en comprar, á costa de sus sudores , la eterna bienaventuranza á aquella miserable gentilidad; y cuando cansada la naturaleza de tanto trabajo pedía algún re- poso, se escondía en la iglesia, y todo absorto en las cosas divinas, se encendía en el amor de Dios, tanto, que no sabía apartarse de su ama- dísimo bien, hasta que no pudiendo sufrir más el cuerpo flaco, tomaba aquel corto sueño que era necesario para cobrar aliento y vigor, vol-

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viendo con más brío y denuedo á cultivar aquellas nuevas plantas. Estaba entre tanto pen- sando en las Apostólicas correrías que medita- ba hacer á los Cosiricas, en abriendo el tiem- po, especialmente porque éstos le enviaron una embajada para que los fuese á alistar en el nú- mero de los convertidos, ofreciendo sitio có- modo para fundar en él una Reducción.

Entró en duda de si sería más del servicio de Dios el aceptar la oferta de estos Cosiricas ó pasar á los Puyzocas, sobre que no le pareció tomar resolución cierta antes de conocer cuál fuese la voluntad de Dios; por lo cual, en espa- cio de muchos meses, en lo más oscuro de la noche se reeogía á hacer oración (tomando para la noche y dando á los prójimos el día por no faltar á sus necesidades) pidió á los ángeles Custodios de aquellas naciones le alumbrasen el entendimiento con algún rayo de su luz, para que pudiese conocer con certeza cuál era en este negocio el divino beneplácito: y tuvo revelación ó luz interior de que la voluntad y agrado de Dios era que pasase á las tierras de los Puyzo- cas, y se pusiese á todo riesgo, sin hacer caso de su vida; y no de qué manera (porque las noticias que de aquellas Keducciones han veni- do no lo expresan).

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Tuvo también anuncios de que el cielo había ya oído sus súplicas, y determinado dar cum- plimiento á sus deseos de sacrificar la vida por las glorias de su Criador; y de cuáles fuesen los júbilos de su corazón y cuáles las alegrías, más fácil es pensarlo que decirlo. Pero no obs- tante, quiso Dios quitarle un poco de aquel ex- ceso de dulzura en que estaba su alma felizmen- te anegada, permitiendo á la parte inferior tra- bajase y diese que hacer á la superior, para que fuese tanto más glorioso el triunfo y la palma, cuanto fuese más dificultosa la victoria; porque corriéndole por las venas un sudor frío, se puso pálido y se le representó tan fiera la vista de la muerte, que le hizo muchas veces entrar en duda si debía ejecutar aquella empresa; y cada vez que pensaba en ella temblaba todo, y mos- traba en lo exterior señales de la batalla inte- rior; y no si por sus ordinarias enfermeda- des ó por nueva destemplanza de los humores que causaba á todos los miembros aquel comba- te del espíritu y de la carne, le bajó á las pier- nas un humor maligno que le obligó á hacer cama, pretendiendo, al parecer, la naturaleza, con aquellos extremos, conservar la vida, á quien tan de cerca amenazaba la muerte; y de hecho el V. Padre estaba en gran perplegidad

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y angustia de ánimo, de suerte que no se atre- vía á resolver por si mismo, y era espectáculo digno de compasión verlo batallar consigo mis- mo, venciendo una vez más, y quedando otra vencido, siempre pensativo y como asombrado con esta lucha.

Al fin volvió Dios los ojos de su piedad al V. Padre, que por tan largo tiempo, en ham- bre, sed, pobreza y tantos trabajos, había sido su fidelísimo siervo, y penetrándole lo íntimo del alma con un rayo de luz, esclareció aque- lla densa niebla, que antes le tenía en oscuri- dad y tinieblas, y le infundió tal valor y alien- to en el espíritu, que vencida del primer lance la carne, dijo con gran denuedo:

« Que por sentir tanta repugnancia quería, »á pesar suyo, poner manos á la obra.»

Son palabras suyas; y estando ya de partida, escribió á un comisionero suyo, avisándole con confianza de lo sucedido y pidiéndole sus ora- ciones, añadió:

Spiritus quidém promptus est, caro autem infirma.

Por último, se puso en camino hacia los Puyzocas, acompañado de treinta y seis Mana- cicas recién bautizados; y llegando á la prime- ra tierra de aquella nación, fué recibido con

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 79

muestras de grande amor y benevolencia, pre- sentándole la gente frutas del país en grande abundancia y encubriendo de esta manera lo que maquinaban: de allí pasó á la segunda Ranchería, pero llevado en brazos ajenos, por- que así por la flaqueza del cuerpo como por un pantano que había de por medio, no se podía tener en pie; aquí también fué recibido con una falsa alegría y con alhagüeñas palabras, que los traidores tenían ya premeditadas, y habién- dole entretenido el cacique en conversación, encubriendo en su pecho sus dañados intentos, ordenó entre tanto á su gente que llevasen á los forasteros á sus casas, dividiéndolos de ma- nera que hubiese pocos en cada una, para hacer así el tiro con más seguridad.

Apenas los nuevos cristianos se habían sen- tado á la mesa, ignorantes de lo que contra ellos se maquinaba, salieron de repente en tropa muchas mujeres desnudas, las cuales tiraron ciertas líneas de color negro n sus rostros (ce- remonia que usa esta nación con los que quie- ren matar) de la cual los cristianos se mara- villaron mucho; y luego dieron sobre ellos mu- chos indios con gran furia y mataron, con poco trabajo, á la mayor parte de los cristianos.

Escaparon, por gran ventura, de aquella

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matanza algunos pocos, los cuales fueron al punto á dar aviso al P. Caballero, que habién- dose quedado sólo en su Rancho, todo absorto en Dios, rezaba el Oficio Divino; y no sufrien- do un neófito verle expuesto al estrago de aque- llos bárbaros, lo puso sobre sus espaldas para librar su vida con la fuga.

Fué esto en vano, porque no queriendo los traidores se les escapase de entre las manos aquél á quien tanto aborrecían por la ley san- ta que les predicaba, le siguieron y le clavaron una flecha en las espaldas.

Sintiéndose el Padre mortalmente heri- do, pidió al neófito que lo dejase allí; y cla- vando luego en tierra una cruz, que llevaba en las manos, se puso de rodillas delante de ella ofreciendo la sangre que derramaba por sus mismos matadores, é invocando los dulcísimos nombres de Jesús y de María, quebrada y des- hecha la cabeza á grandes golpes de macana, entregó su espíritu en manos de su Criador el día 18 de Septiembre del año 1711.

El mismo fin tuvieron veintiséis de sus com- pañaros neófitos, que lograron la suerte de dar sus vidas en testimonio de aquella fe que poco antes habían empezado á profesar. Libróse un muchacho que le servia para ayudar á misa, el

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cual, viendo las cosas de mala data montó á ca- ballo, y á rienda suelta se pudo escapar; y en- trando en lo espeso del bosque, desde donde en compañía de otros neófitos que también se ha- bían huido, llegaron muy consumidos á la Re- ducción de la Inmaculada Concepción, donde, de las heridas, murieron cinco en breves días.

Así acabó el V. P. Lucas el curso de su pre- dicación, llena de tantos trabajos, afanes y fati- gas, con la mayor muestra de amor de Dios y de los prójimos, sacrificándose á mismo todo^ por traer al conocimiento de su Criador los que vivían en las tinieblas y sombra de la gen- tilidad.

Aún no se dio por bien satisfecha la cruel- dad de los bárbaros, por lo cual, poco después, temerosos de que viniesen á castigar su infame traición los cristianos de la Concepción, envia- ron allá espías que observasen los movimientos de los fieles; y encontrando fuera de poblado alguna gente, mataron á un indio y apresaron y llevaron dos mujeres, lo que causó tal espan- to en el pueblo de la Concepción, que todos se iban huyendo por los bosques como si estuvie- sen ya á las puertas los enemigos, por lo cual le fué necesario al P. Juan de Benavente su- plicar al gobierno de Santa Cruz de la Sierra

LIB. QUE TRATAN DE AMÉRICA. T. XIII. í)

82 P. PATEICIO FERNANDEZ

que pusiese freno al atrevimiento y ferocidad de los Puyzocas.

Vino luego una compañía de valerosos solda- dos á domar aquella nación y vengar la muerte del P. Caballero, y llevar su santo cadáver á aquella Reducción.

Llegaron allá los españoles al ponerse el sol, por lo cual quisieron esperar al día siguiente para recoger las sagradas cenizas.

En la mayor oscuridad de la noche vieron, no muy lejos de donde se habían acampado, una llama en forma de antorcha, que muchas veces se encendía y apagaba. Maravillados de esto, apenas amaneció cuando fueron á recono- cer aquel lugar, y hallaron que resplandecía aquella antorcha sobre el cuerpo del Venerable Padre « que estaba en un pantano en una admi- » rabie postura, hincada en tierra la rodilla iz- »quierda, extendido el pie derecho en un hoyo »del pantano, la cabeza reclinada sobre la mano » siniestra, y delante plantada la cruz, como » mirándola.»

Esta vista les acrecentó el asombro y vene- ración, y más hallándole entero, fresco é inco- rrupto, sin despedir mal olor, que parecía cosa más que natural, habiendo pasado tanto tiempo de soles ardientísimos, y por otra parte, la hu-

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 83

medad del lugar, que como dije, era un panta- no; fuera de que los cuerpos de sus compañeros estaban ya corrompidos.

«Los soldados de Santa Cruz le quitaron por » reliquias las uñas, el rosario que llevaba y la •cruz que un portugués que se halló en la fun- >ción presentó al Sr. Marqués de Tojo, insigne •bienhechor de aquellas Misiones, y su señoría »la apreció mucho como reliquia de un apóstol, »que así le llamaba el marqués.

^Estando en este piadoso despojo, recelaron •los Santacruzeños no les acometiesen en ma- »yor número los infieles; y pesarosos de haber »dejado sus muías maneadas muchas leguas de >allí para poder entrar por los bosques al lugar »del martirio, pidieron á Dios, por intercesión »del Venerable mártir, los socorriese; apenas

hicieron esta oración cuando oyeron un gran •ruido que juzgaron ser de los enemigos que

venían sobre ellos, por lo cual se pusieron en > armas; mas quedaron pasmados cuando vieron

que eran sus millas, que sueltas de las maneas,

venían desde tan lejos corriendo derechas al •lugar donde estaban.»

Tomaron con gran veneración el santo cuer- po y le llevaron á la Concepción, pidiendo al P. Benavente, en paga de este trabajo, algunos

84 P. PATRICIO FERNANDEZ

pedazos de sus vestidos por reliquia, lo que no se les pudo negar, viendo su piedad y afecto; y parece que Dios lia querido honrar los mereci- mientos y celo de su siervo, con muclios mila- gros que omito por ahora.

No pudieron, empero, aquellos piadosos es- pañoles dar su merecido á los bárbaros matado- res, porque atormentados éstos de la conciencia y de su pecado, se huyeron por diversas partes, entrándose por los bosques y selvas; mas aun- que se libraron de la justa indignación de los españoles, no se pudieron librar de las manos de Dios; porque el primero de los Puyzocas que se atrevió á echar mano del V. Padre por la sotana, pagó dentro de pocos dias su teme- rario atrevimiento con muerte desastrada; los otros murieron consumidos de la peste; bien que el mayor castigo que contra aquella nación fulminó el cielo fué dejarlos en su infidelidad^ pues hasta ahora no sabemos que alguno de dicha nación, detestando sus errores, se haya reducido al rebaño de Cristo. '

Aunque de lo dicho hasta aquí se puede co- legir la santidad de este Apostólico Misionero, con todo eso, no quiero defraudar á sus mereci- mientos la gloria, y á nosotros el ejemplo de sus heroicas virtudes; bien que será con toda

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 85

brevedad. Fué hombre casi sin igual en el celo de ampliar el conocimiento de Dios y redu- cir almas á la santa fe, digno verdaderamente de ser contado entre aquellos que tradide- runt animas suas pro nomine Dómini lesu Christi.

Sus conmisioneros hablan de él con singular estima, y no le ponen otra falta que de muy in- trépido en los peligros y riesgos, cuando había de llevar la ley divina entre los bárbaros é in- fieles; y he oído á un Superior suyo que no acababa de maravillarse cómo siendo de com- plexión delicada, y enfermizo, podía tolerar tantas fatigas y tener tanto aliento y vigor cuando emprendía algún negocio del servicio de Dios, á que se añade que trabajaba en un clima muy destemplado, poco sano á los natu- rales y mucho menos á los forasteros.

Era dotado de castidad tan angélica, que mu- rió con la entereza virginal, sin empañarla ni aun con la más leve sombra de mancha; antes viéndose en un clima en que domina la lascivia tanto, y entre gente muy disoluta en la desho- nestidad, alcanzó del cielo que aquellas tenta- ciones y estímulos á que había de estar sujeto, ó por universal pena del pecado ó por maligna sugestión del enemigo infernal, se le conmuta-

8f3 P. PATRICIO FERNANDEZ

sen en otra materia, de suerte que no fuese tentado de perder esta preciosa joya, y entre tanto no le faltasen enemigos domésticos que vencer.

Poseía en grado heroico la virtud de la obe- diencia y verdaderamente que á las grandes pruebas que en ella tuvo, hubiera cedido otra menos rendida voluntad: ver delante de gran número de infieles que le pedían el santo bau- tismo, y por obediencia contener su ardientísi- mo celo en no administrársele, ser convidado á fundar nuevas Reducciones; de que resultaban grande provecho á las almas, y á Dios tanta gloria, y á una insinuación del Superior no moverse del lugar que le estaba señalado; reti- rarse de improviso de los lugares en que tenía copiosa mies de almas, fueron las ocasiones que tuvo este santo varón en que hacer ostenta- ción de su heroica obediencia; sujetando y rin- diendo su misma voluntad y aun su juicio.

Ai que no mira estas cosas sino con los ojos corporales, le parecerá de poca virtud tales ejercicios de obediencia; pero en la realidad éste es el yugo más grave y más pesado que oprime á los Misioneros.

En estos lances campeaba maravillosamente su virtud, y una vez (no por qué causa, por-

RELACIÓX DE INDIOS CHIQUITOS 87

que las relaciones de allá no lo expresan, pero bien lo pudiéramos conjeturar, se hizo tanta íuerza para vencerse y sujetar su voluntad á las órdenes de los Superiores que cayó grave- mente enfermo.

Acompañaba esta obediencia con no menor humildad y bajo concepto de mismo. No ha- llaba en otra cosa sino materia de abatimien- to y confusión; y aunque á cualquiera parte de estas trabajosísimas Misiones que volviese los ojos, no hallase sino materia de consuelo, así por los sudores derramados como por las con- versiones de tantos infieles; con todo eso lo des- estimaba todo, y sólo le parecían grandes sus defectos, atribuyendo á ellos el no haber verti- do su sangre en testimonio de la fe, aunque Dios le libraba de la muerte con manifiestos milagros, y se quejaba principalmente de mismo.

De este bajo concepto nacía el maltratar tan- to á su cuerpo; cuidando tan poco de él como si fuese una bestia; con una escudilla de arroz ó maíz mal guisado, y con frutas silvestres, pa- saba ordinariamente; y cuando comía un pez mal cocido, le parecía un gran regalo .

Finalmente, era tan despegado de las cosas de la tierra (son palabras de un conmisionero

88 p. PATEICIO FERNANDEZ

suyo) que parecía carecer de inclinaciones de hombre, y que era sólo nacido para dilatar la gloria de Dios y procurar el bien de las almas; éstos eran sus deseos, éstas sus ansias y esto todo él mismo.

No es, pues, maravilla, el que quisiese Dios coronar á siervo tan adornado de méritos y de virtudes con tan felicísima muerte.

CAPITULO XVI

Conversión de los Morotocos y QuieSy

y descubrimiento de nuevo camino

para estas Misiones por el rio

Paraguay.

Habiendo ol P. Juan Bautista de Zea visita- do la Reducción de San Joseph, ordenó que se fuese en busca de las Rancherías de los Tapuy- quias, por lo cual se pusieron luego en camino algunos indios de nación Boxos, llevando con- sigo uno de los Tapuyquias que habían ellos cautivado cuando eran aún gentiles.

Después de muchos días llegaron á dar en un camino lleno de huellas de hombres, por donde se persuadieron los Boxos que poco an- tes habían pasado por allí los Tapuyquias, cuando impensadamente llegaron á una semen-

90 P. PATRICIO FERNANDEZ

tera, donde estaba trabajando actualmente un indio anciano con su familia.

Perdióse de ánimo éste á la vista de los nuestros, y con palabras y ademanes de quien suplicaba, les pidió no le matasen.

Burláronse los Boxos de su súplica, y le qui- taron todo el susto, presentándole un cucbillo; y guiándolos el viejo, que bailaba de contento con aquel presente, fueron recibidos de los pai- sanos con gran benevolencia, á que correspon- dieron los neófitos dándoles algunas cosas de Europa, tenidas en poca estima entre nosotros, pero de ellos muy apreciadas.

No se entendían, por ser de diferentes len- guas; pero con todo eso, alcanzaron y consi- guieron traer consigo dos jóvenes, que apren- dida la lengua de los Chiquitos, sirviesen des- pués de intérpretes.

No eran estos indios Tapuyquias, como se había pensado, sino Morotocos; ó como otros los llaman, Corcinos. Son gente de grande estatura y de buenas fuerzas; usan de fie- chas y lanzas que hacen de una madera durí- sima, y la manejan con gran destreza. Son pocos en número, así por las pestes, como por las guerras que traen con los vecinos, y tam- bién porque contentándose con solos dos hijos

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 91

matan á los otros, con lo cual las mujeres se li- bran de toda molestia y fastidio, para de esa manera poder vivir á su antojo en toda desho- nestidad.

Honran á las mujeres con el título de seño- ras, y verdaderamente lo son, porque ellas mandan á sus maridos, y por su capricho se mudan de un lugar á otro; jamás ponen mano en las haciendas domésticas, sino que se sirven de sus maridos, . aun para los ministerios más humildes.

Aunque tienen caciques y capitanes, no por eso tienen ni gobierno ni religión, y sólo tienen alguna reverencia á los familiares del diablo.

El país es el más desdichado de aquellas na- ciones; de terruño estéril y silvestre y rodeado todo de montes; y la comida es peor que en otras partes, pues la gente apenas se sustenta de otra cosa que de algunas raíces de que abundan los bosques.

Para beber tienen unas selvas de palmas, de cuyos troncos sacan el meollo grueso y espon- joso, que exprimido suple la falta de agua.

En el invierno hace allí gran frío y también hiela, lo que á los paisanos, aunque andan des- nudos, no causa molestia, por tener la piel con dos dedos de callos, y por eso son robustos,

92 P. PATEICIO FERNANDEZ

forzudos y de mucho aguante, de suerte que hay hombres y mujeres que pasan de los cien años, y mueren sin otra enfermedad que la vejez.

A los dos mancebos de esta nación cuadró mucho el modo de vivir de los cristianos, y después también á los otros, los cuales, viendo tanta abundancia de víveres y tan pingües las cosechas de los campos, daban señas con gran- des fiestas á su usanza de la extraordinaria ale- gría que sentían, viendo tenían tanto con qué pasar la vida cómodamente y con menos traba- jos, y quedándose entre los cristianos se pro- metían salir de sus desdichas y miseria de sus tierras.

A los fines de Junio del mismo año se pre- venía el P. Felipe Suárez para ir á einco Ran- cherías de Morotocos, á atraer la gente al co- nocimiento del verdadero Dios; pero se hubo de detener algún tiempo por haber recibido carta del P. Visitador y Vice-Provincial Anto- nio G-arriga, en que le ordenaba sucediese al P. Juan Patricio Fernández en el oficio de Su- perior de aquellas Misiones; con todo eso, por no perder la ocasión, fué allá y trajo felizmente para Dios el pueblo, del cual muchos se inquie- taron después y quisieron volverse á sus anti-

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 93

guas miserias, por ser el clima poco conforme á su salud; mas premiando Dios los trabajos y fatigas de su siervo, que verdaderamente fue- ron grandes, especialmente una ardientísima sed de cinco días, sin tener una gota de agua con qué refrigerarla, se quietaron, finalmente, y se redujeron todos á ser cristianos y tomar casa fija en San Joseph.

Con la venida de éstos se tuvo noticia cierta de otros infieles como fueron los Quies, confi- nantes con los Morotocos, pero de diferente lengua; los Curacates, situados hacia el Norte; los Zamucos, que aunque hablan la misma len- gua de los Morotocos y usan de sus mismas armas, no obstante se distinguen de ellos en que se rapan la cabeza como los Tobas y Moco- vies, y en que las mujeres visten con más ho- nestidad, cubriéndose desde la cintura hasta las rodillas; los Careras y Zatienos ó Ibirayas, que viven junto á unas salinas, y otras nacio- nes hacia el Mediodía, las cuales se extienden hacia las provincias amplísimas del Chaco.

Recibidas estas noticias, se trató luego de ganar á Cristo á los Curacates y Quíes; los cua- les viven á orillas de un río que desemboca en el gran río Paraguay.

Despacharon, pues, allá algunos Boxos y Chi-

94 P. PATRICIO FERNANDEZ

quitos, que en pocos días llegaron á las tierras délos Quíes, que aunque no hicieron resistencia, no obstante, no se fiaron ni dieron crédito á las caricias y cortesías de los nuestros; antes bien les dieron en cara con el estrago que en ellos habían hecho con sus armas los años pasados, de que aún conservaban muchos las señales y cicatrices; con todo eso, se llevaron consigo los neófitos á unos dos muchachos, para que apren- dida la lengua Chiquita, fuesen después intér- pretes. Deseosos sus padres de saber el fin que habían tenido estos dos muchachos, vinieron á la Reducción, donde fueron recibidos con gran fiesta y alegría, y tratados por los cristianos con igual liberalidad, de que quedaron tan prendados, que se vinieron luego al punto ellos y después lo restante de la gente á vivir en San Joseph y sujetarse al suave yugo de la ley de Dios; y aunque algunas familias todavía se querían quedar en sus tierras, sin saber desam- parar de una vez sus Ranchos, por tirarles el amor de la patria y nativo suelo, cedieron, finalmente, al celo del P. Telipe Suárez, cuan- do el año de 715 pasó por allí de camino para ir é encontrar á algunos Misioneros que se creía pasaban de las Reducciones de los Grua- ranís á aquellas de los Chiquitos.

RELACIÓN DE Ix\DIOS CHIQUITOS 95

Para la Misión á los Curacates no quiso lle- var en su compañía el P. Zea ningún indio Chiquito, porque no temiesen aquéllos y huye- sen; y así se fué sólo con algunos Morotocos.

Llegando á la primera Ranchería de los Cu- carates halló en ella algunos Zamucos, que ha- bían venido á visitarle ; hablóles el Padre con toda la eficacia de su espíritu, que era grande, por medio de un intérprete, haciéndoles un rico presente de cuchillos, cuñas ó destrales y otros instrumentos para cultivar la tierra.

No querían éstos admitir el presente, porque los Cucarates se habían enojado con ellos, como si hubiesen venido á visitar al Padre movidos del interés, y porque cuanto se les daba á los Zamucos tanto menos había que dar á los Cu- carates.

No obstante eso, el P. Zea les obligó á que le recibiesen, diciendo que Dios daría para todos. O fuese por esto, ó porque los Cucarates no se quisiesen reducir á la santa fe, echó mano del P. Zea un cacique suyo, y se lo llevaba aparte para matarle, diciendo que á qué fin venía á engañarlos?

El santo varón, que no deseaba otra cosa, im- pidió á sus cristianos que le defendiesen; mas un valiente Morotoco, no sufriéndole el cora-

96 P. PATRICIO FERNANDEZ

zón ver matar á su vista á aquel Venerable Mi- sionero, con gran valor y denuedo se le quitó de las manos, diciendo al cacique:

-¿Por qué quieres matar á nuestro Padre, siendo tan bueno?

Admirando el P. Zea (no sin dolor suyo de ver perdida la ocasión de la corona del martirio, que tenia tan próxima) la acción de aquel bár- baro, que siendo poco antes poco menos que un bruto, ahora era defensor de la ley divina, y de sus predicadores, no cesaba de dar mil gra- cias al cielo y á las Llagas de Nuestro Reden- tor, cuya sangre era tan eficaz en los corazones bárbaros é inhumanos.

Mas no fué del todo inútil esta ida del Padre Zea, porque algunas familias de mejor condi- ción, se redujeron á San Joseph, y después, poco á poco, han ido siguiendo su ejemplo las otras.

«También se pudo aquí informar con indivi- » dualidad de la nación de los Zamucos, cuyo «cacique le dijo que había en su tierra seis » pueblos tan grandes como el de San Joseph, *que entonces constaba de quinientos indios; y » otros seis medianos y menores, muy cercanos »unos de otros, y en todos ellos mucho gentío »de la misma nación y lengua; y que no pocos

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 07

a estaban poblados á orillas de un río grande que »coiTÍa de Oriente á Poniente; y añadió el caci- » que traían guerras continuas con los Tobas, Cai- ^^ potourades y otras naciones sus fronterizas, que atenían innumerable gente; de donde infería a ser el Chaco, donde consta haber mucho nú- amero de Naciones; y siendo así se abría por a allí puerta para la comunicación más breve »de aquellas Misiones con esta provincia, cosa a que siempre se ha deseado sumamente, añu- sque no se ha conseguido hasta ahora.»

Ahora, pues, apartándome un poco de la his- toria, referiré el viaje, las desgracias y la muerte de dos Apostólicos operarios, Joseph de Arce y Bartolomé de Blende, que después de una molestísima peregrinación por el río Para- guay, arribaron, con no menos envidia de los otros que gloria suya, al puerto seguro de la eterna bienaventuranza.

Estos, pues, á los fines de Enero de 1715 sa- lieron del puerto de la Asunción acompañados hasta la ribera por el gobernador de aquella provincia y de toda la ciudad, la cual hizo ex- poner públicamente el Santísimo en la catedral para que Dios les diese felicísimo viaje.

Contar, por extenso, los peligros de caer en manos de enemigos, no menos de Dios que

LIB. QUE TRATAN DE AMÉRICA. T. XIII. 7

98 P. PATRICIO FERNANDEZ

de los españoles, de naufragar en escollos, de encallar en la arena, de contrariedad de vien- tos, de tempestades en el agua y en el aire, sería nunca acab r; parecía que todo el infierno había tocado al arma y salido del abismo para impedir con todo el esfuerzo posible el feliz logro de este \Iaje; y Dios, cuyos juicios, como dijo David, son un abismo insondable, permitió no se lograse una empresa tan deseada de tan- tos pueblos y ciudades.

El primer contraste que tuvieron fué la per- fidia de los Payaguás, que entreteniéndolos con buenas palabras y con muestras de tener ar- dientes deseos de ser cristianos, intentaron sorprenderlos á traición, quitarles las vidas, así á ellos como á los indios cristianos que los con- ducían, y pegando fuego al barco, robar y aprovecharse de la clavazón de hierro; mas frustrado su impío designio por aviso secreto de algunos menos inhumanos que había entre ellos; y sin embargo, tuvo osadía para salir ?í1 descubierto contra ello' en sus ligerísimas ca- noas un cuerpo de doscientos indios, que, co- mo más abajo veremos , lograron al fin coger- los desprevenidos y matarlos á traición.

Más adelante, los Guay curas, gente valerosí- sima, pero jurados enemigos del nombre de

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 99

Cristo y de los españoles, en todos tiempos y lugares, por gran espacio del camino, de día y de noche, les disputaron el paso con las armas y estuvieron siempre á la mira para ver si po- dían dar sobre ellos y apresar el barco, y ó prender ó matar á los pasajeros; y una vez, á no haberse, por misericordia de Dios, levanta- do de repente un viento que llevó la embarca- ción á otro paraje, hubieran caído infaliblemen- te en sus manos, dando eri una celada de cen- tenares de dichos Guajearás, que, escondidos en el agua hasta la garganta, esperaban para dar en ellos, á que el barco se pusiese á la boli- na para pasar una estrechura, que por haber bajado la creciente, era muy difícil de montar,

Al ñn se libraron de sus continuos asaltos á costa de un rico presente de cuchillos, cuñas de hierro y algunas varas de lienzo, que los pueblos de los Gruaranís enviaban de limosna á la cristiandad de los Chiquitos.

Finalmente, los vientos, siempre contrarios ^ les obligaron á caminar á fuerza de remo; y unas veces por encallar el barco en la arena, se veían obligados, para que desencallase, á ali- jarlo, transportando la carga á la ribera; y otras, dando en los escollos, les hacía andar en continuo susto y sobresalto.

100 P. PATEICIO FERNANDEZ

A esto se les añadía el cuidado de tomar len- gua de los Chiquitos, del camino y de á dónde caían aquellas Misiones; y los infieles, de in- dustria, les daban mil nuevas felices que ve- nían á parar, por último, en burlas y befas; y Dios, cuyos juicios son inescrutables, no permi- tió el que se les ofreciese reconocer la playa hacia el Norte, donde el P. Juan Patricio Fer- nández había dejado algunas señales, por las cuales se pudiesen encaminar á la Reducción de San Rafael.

Y así, navegando á todas partes por el río en afán continuo, sin tomar reposo ni descanso, gastaron cerca de siete meses hasta mediado Agosto; poro no sufriéndole el corazón al celo- sísimo P. Arce que se frustrase aquel viaje y tantas fatigas como habían sucedido los años pasados, tomó una resolución que sólo la pudo excusar de temeraria su ardientísimo celo de las almas, su confianza en Dios y el amor que tenía á estas Misiones, como primer Apóstol de ellas; y fué que dejada la barca y escogidos doce indios, los más valientes y fervorosos en la fe, emprendió el viaje por tierra con ánimo firme de buscar las Reducciones de los Chiqui- tos, aunque faese con peligro de caer en manos de los bárbaros que le quitasen la vida, ó de

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 101

morir de hambre y sed por aquellos desiertos y tierras incógnitas.

Lo que padeció en aquel camino por espacio de dos meses, cuántas fatigas, cuántos trabajos y penalidades, para no decirlo con mis palabras, pondré aquí parte de la relación que hicieron cinco indios de sus compañeros en aquel viaje. Dicen, pues, así en su relación:

Cogiendo el Padre su cruz se partió del Ma- moré por tierra, acompañado de cuatro in- dios, dando orden á los demás que no se par- tiesen de allí. A pocos días recibimos un billete suyo, en que nos decía le siguiésemos los otros ocho, y después de algunos días de camino, por una humareda que vimos á los lejos, conocimos dónde estaba; y llegados, nos recibió con los brazos abiertos, pero en todo aquel día no tu- tuvimos qué llegar á la boca.

Viendo las angustias y trabajos del Padre, volvimos cuatro al barco, y tomando algunos víveres, volvimos á buscar al Padre con toda presteza; hallámosle sólo, porque los demás, no teniendo qué comer, habían ido á cercar con fuego un conejito.

Con tantos trabajos y falta de comida y be- bida, se había puesto tal, que sólo tenía la piel sobre los huesos. Eué increíble el júbilo que

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tuvo cuando nos vio, abrazándonos, bañado» sus ojos en lágrimas.

Proseguimos el viaje, caminando un día en- tero por un bosque espesísimo, y era tal la es- pesura, que no sabíamos por dónde íbamos.

Estando el Padre en estas angustias, sin sa- ber qué hacerse ni á dónde volverse, nos dijo: Hijos, el que estuviere cansado de los tra- bajos, vuélvase al barco.

A que respondimos todos unánimes, que es- tábamos aparejados á seguirle á donde quiera, que fuese; no tuvimos aquel día otra agua que beber sino de un pantano de malísimo olor.

Caminamos hacia la costa del río Paraguay, donde habiendo cazado un ciervo, estábamos, afligidos por la falta de agua, mas cavando una de nuestros compañeros un pozo, por gran pro- videncia de Dios, á dos brazas descubrió una vena de agua.

Pasamos aquí la noche, y entrando el día siguiente en un bosque muy espeso, nos fué preciso abrir camino con gran fatiga y sudor hasta salir fuera de él á campaña abierta.

Juzgó entonces el P. Joseph que ya nosotros estábamos consumidos y cansados de tantas, molestias y penas, por lo cual nos volvió á decir:

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 103

—El que quisiere volverse, vuélvase en buen hora, que yo estoy determinado á pasar adelan- te y á cumplir la voluntad de Dios y de mis su- periores. Uno y más años caminaré por estos bosques si Dios me quiere conservar la vida hasta llegar al término deseado. Si encontráre- mos infieles, nos pararemos entre ellos y les en- señaremos la ley de Dios.

Tal brío y tal aliento tenía el P. Joseph, afli- gido de la hambre, sed, cansancio, y también de la desnudez (porque estando durmiendo jun- to al fuego se le quemó su pobre sotana) cau- sándonos no poca maravilla que estando tan falto de fuerzas, que apenas se tenía en pie, no dudase llevar adelante, á tanta costa suya, un negocio tan difícil y casi desesperado.

Animados con su aliento y brío, nos entra- tramos por un espeso bosque, donde el santo varón, pasando por las matas y troncos, arma- dos de durísimas espinas por todas partes, de- jaba aquellos andrajos de su sotana que habían escapado del fuego, cayendo á cada paso sin po- derse levantar, con que era preciso darle la mano.

De esta manera, con gran fatiga, llegamos á un río, donde recobrados con algunos peces que pescamos, hicimos alto en donde poco antes había estado una tropa de infieles.

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Estaba ya tan acabado de fuerzas el P. Jo- sepb, que era muy poco lo que podía caminar, y entre tanto se pasaron muchos días sin llegar á la boca sino alguna poca de fruta silvestre.

Era admirable su paciencia y serenidad de ánimo en estos lances, sin mostrar el menor sentimiento cuando no tenía qué comer, gas- tando el tiempo absorbo en Dios; y todas las mañanas, antes de ponerse en camino, estaba de rodillas largo espacio.

Hallamos cierta fruta silvestre que sólo nos hacía comer la extrema necesidad. Algunos ex- ploradores que iban delante descubrieron á lo lejos una humareda, de que tuvimos todos grande alegría.

A primero de Octubre hicimos alto á la ori- lla de un río, donde nos pudimos reparar con pescado y tortugas que hallamos en una lagu- na. Pasamos adelante y nos faltó totalmente la comida y bebida, y no teníamos qué dar al Pa- dre sino unos palmitos, que primero nos sir- vieron de alimento, mas después experimenta- mos malignos efectos, causando al Padre gran dolor de estómago, y una fiera inflamación de las entrañas, con ardientísima sed.

En esta enfermedad se le acabaron tanto las fuerzas y se consumió de manera que creyendo

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 105

ser ya llegado el fin de su vida, nos suplicó que le condujésemos á orillas de algún río, y que dejándole allí nos volviésemos al Para- g^^ay.

Hallámonos en grandes angustias, no sólo por esto que nos decía, cuanto porque tenía el semblante más de cadáver que de cuerpo vivo: y queriendo consolarnos, no pudo proferir pa- labra por habérsele inflamado la lengua.

Nosotros, á quienes más dolía la pérdida de la vida del Padre que la nuestra, dijimos re- sueltamente que le queríamos seguir en todos trabajos, y aun perder la vida si fuese nece- sario.

Recobróse algún tanto, y dando aliento á la naturaleza el vigor del espíritu, se puso en ca- mino cayendo y levantando á cada paso; y al cuarto día, hallando un poco de miel silvestre, se la presentamos al Padre para apagar la sed.

Estando uno de nosotros en un árbol, vio una humareda hacia el Poniente, que habían hecho los indios cristianos del P. Zea al volver de las costas del rio Paraguay, como se supo después; y caminando hacia allá, quisimos llevar al Pa- dre en una hamaca, porque temíamos mucho que á pocos pasos sa cayase muerto si iba por

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SU pie; mas él lo rehusó diciendo que quería padecer con nosotros hasta el último instante de su vida,

El día siguiente, que era viernes, no halla- mos qué comer, y el sábado, por providencia de Dios, cogimos alguna caza y una tortuga para el Padre.

Al fin quiso Dios consolarnos, descubrién- dose el camino tan deseado de los Chiquitos. Increíble fué el júbilo que tuvo el santo varón, no cesando de dar gracias, y exhortándonos con las lágrimas en los ojos á que hiciésemos lo mis- mo, entonó las letanías de Nuestra Señora; y llegando poco después al lugar donde el día an- tecedente había dicho misa el P. Juan Bautis- ta de Zea, nos juntó á todos, y más con lágri- mas que con palabras, nos agradeció tantos tra- bajos como habíamos pasado por él, y que toda su vida se acordaría de nosotros.

Este consuelo se convirtió en pena al reco- nocer que perdido su santo Cristo y buscado por todas partes no se pudo hallar, y en toda aquella noche no pegó los ojos por la pérdida de su Señor, que le había dado tanto aliento y vigor en aquellas angustias, hasta llegar al tér- mino deseado.

A otro día tuvimos provisión de agua y pes-

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 107

cado, y encontrándonos con dos cristianos que llevaban el altar portátil del P. Zea, nos enca- minaron allá. Cuáles fuesen las salutaciones y alegrías de estos dos apostólicos Misioneros al verse juntos, después de tantos trabajos, no lo podemos explicar; porque más hablaban con los ojos y con los suspiros que con la lengua.

Hasta aquí la relación de los indios.

Apenas llegó el P. Arce á San Rafael, cuan- do sin tomar algún descanso para recobrarse, por consejo del P. Superior, se puso en camino hacia la laguna Mamoré, cuyo camino, aunque más corto, era semejante al pasado.

Llegado allá hizo las diligencias posibles para encontrar al P. Blende y el barco; pero fué en vano; porque éste, después de haber es- perado mucho tiempo, se había partido, obliga- do de la violencia de sus compañeros.

A este tiempo recibió una carta del P. Vice- Provincial en que le avisaba que le esperase, porque quería embarcarse.

Respondióle el P. Arce que se detuviese su Reverencia en San Rafael, que él en una canoa iría á los Payaguás , de quien por haberse ya ganado su ánimo y afecto, se prometía que le conducirían á la Asunción, de donde por Abril del año siguiente, volvería para llevarle.

108 P. PATRICIO FERNANDEZ

No esperó la respuesta el P. Provincial, sino que se puso luego en camino hacia el Mamoré, acompañado del P. Zea, que después de cinco meses de trabajosas Misiones en aquellos desier- tos, se ofreció á servirle de guía; y lo que causa más admiración es que estaba resuelto, si no es- tuviese pronto el barco del P. Arce, á hacer algunas canoas y conducir en ellas al P. Yice- Provincial hasta la Asunción, por medio de tantos peligros y enemigos.

Mas Dios Nuestro Señor aceptó los deseos del P. Vice-Provincial para premiarlos, pero no la ejecución, porque hubiera caído en manos de aquellos bárbaros, que á su antojo le hubieran hecho pedazos.

Apenas habían caminado treinta y tres ó treinta y cuatro leguas, cuando cargaron tantas lluvias y hallaron tan profundos pantanos, que no pudieron pasar adelante, sino con evidente peligro de quedar allí anegados, como dijeron algunos Gruaranís que traían al P. Vice-Pro- Provincial.

CAPITULO XVII

Son muertos de los P a yaguas los Padres

Joseph de Arce y Bartolomé Blende

y se da una sucinta relación

de sus virtudes.

Después que el P. Arce se apartó del Padre Blende para encontrar por tierra las Misiones de los Chiquitos, esperó éste dos meses en aquel paraje resuelto á no partir de allí hasta tener primero noticia de su compañero; pero dos es- pañoles que estaban con el P. Blende, el uno, piloto, y el otro capitán de la gente, disgusta- dos mucho antes con el P. Arce porque les había prohibido la compra de esclavos, comenzaron á enfadarse de tan larga detención, y con verda- deras ó aparentes razones, hicieron instancia al P. Blende para que se volviesen.

lio P. PATRICIO FERNANDEZ

Al principio se negó resueltamente, exhor- tándoles á sufrir aquellas incomodidades y tra- bajos por amor de Dios; mas no cesando las palabras, los lamentos, las quejas y aun tam- bién las amenazas de dejarle sólo á la discreción de tantos bárbaros que habitaban á lo largo de la costa, le fué necesario condescender con ellos.

Entendida esta resolución por Quatí, cacique de los Pay aguas, se fueron tras ellos, así él como su3 vasallos, con intención de vivir en las Reducciones de los Gruaranís, y hacerse cris- tianos; mas reconociendo que entre los suyos había aún algunos, cijo caudillo era un cris- tiano apóstata llamado Ambrosio, que estaban obstinados en vivir á su libertad, y eran los fa- miliares del demonio y hechiceros, determinó apartarse de ellos é irse adelante con su chusma en sus canoas, que son ligerísimas.

Persuadió también á otros de su nación, confinantes eon la ciudad de la Asunción que siguiesen su resolución, y todos juntos, alegreo y contentos prosiguieron el viaje.

En este estado se hallaba la conversión de esta3 almas tan perdidas y todos esperaban fe- liz suceso, si el enemigo común no hubiera malogrado los intentos por medio de aquellos pérfidos apóstatas.

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 111

Alegre, pues, el santo varón, y contento con la ganancia que le parecía haber logrado, dio fondo al ponerse el sol, junto á una barranca, llamada Tare, á donde aquellos traidores le vi- nieron á visitar, dando fingidas muestras de amor j arrepentimiento.

El Padre, que no deseaba otra cosa, los reci- bió con aquel afecto con que amaba el bien de sus almas, y procuró, con todas las industrias de un celo Apostólico, confirmarlos en aquellos buenos propósitos.

Los Payaguás, para disimular mejor su trai- ción, le suplicaron que llevase su chusma en el barco, que ellos le seguirían en sus canoas.

Levantóse un viento fresco, y el barco se adelantó tanto á las canoas, de suyo velocísi- mas, que apenas en tres días le pudieron dar alcance, estando continuamente los bárbaros recelosos de que se les desvaneciesen sus inten- tos; y por no exponerse á riesgo de perder el lance, se metieron todos en el barco, con pre- texto de que el Padi-e les diese alguna comida.

El primero que entró fué un mancebo llama- do Cotaga, hijo de un grande hechicero, al cual tenía el Padre grande afecto, y por ga- narle la voluntad le sentaba siempre á su lado.

Este, pues, entró y se puso junto al Padre,

112 P. PATRICIO FERNANDEZ

como solía: otro se puso al lado de un español que gobernaba el timón, y echando la vista á una hacha ó destral, que estaba allí cerca, se sentó sobre ella disimulado, y haciéndose señas el uno al otro, el que escondía la hacha echó mano de ella con gran destreza, y tirándole al piloto, de un golpe le cortó la cabeza.

Al mismo tiempo Cotaga se echó sobre el Padre para que no tuviese lugar de defenderse; y el otro con un recio golpe le partió por me- dio la cabeza, y viéndole aún palpitar, le des- cargó con más furia el segundo; luego los otros traidores acometieron á los neófitos, y en poco tiempo les dieron cruel muerte; y á un indio llamado Francisco Gruarayo,que ayudaba á misa al Padre, le mataron á lanzadas.

Después, saltando de alegría por esta feísima traición, les cortaron á todos las cabezas y pu- sieron tendidos los cadáveres en la orilla de una isla que allí hacia el río poniendo en medio de todos al del dichoso P. Blende; pegaron fue- go al barco para quitarle la clavazón de hierro; y de los ornamentos y demás alhajas sagradas destinadas para la nueva iglesia de los Chiqui- tos, después de escarnecerlos y ultrajarlos, las hicieron pedazos, tomando cada uno la parte que le cupo de tan impío botín y sacrilego despojo.

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 113

No quedaron satisfechos estos enemigos de Dios y de su ley con tan horrenda traición; antes tomando de ellas más ánimo, instigados del demonio y de los hechiceros, se previnieron al último acto de la tragedia con la muerte del P. Arce para apartar de si á quien les repren- día sus bestiales costumbres, é impedir junta- mente que ios de su nación no abrazasen la santa fé, por lo cual se pusieron á espiar por dónde había de pasar el Padre.

Este, pues, no habiendo podido encontrar el barco, habiendo compuesto lo mejor que pudo una pequeña embarcación, se embarcó en ella con trece neófitos, sus fidelísimos compañeros en tantos riesgos y peligros, al principio de Di- ciembre.

Caminó prósperamente por muchos días, hasta que llegó á aquella isla en cuya playa yacían tendidos los cadáveres, y observando que eran cuerpos recién muertos, saltaron en tierra los indios y reconocieron que eran sus compañeros.

Qué sentimiento y lágrimas de consuelo causó en el santo varón el ver martirizado á su compañero, y por otra parte qué dolor tendría de haberle perdido, esto más fácil es discurrirlo que explicarlo; abrazóle, bañóle en lágrimas de LIB. QUE TRATAN DE AMÉRICA. T. XIII. 8

114 P. PATRICIO FEENx4.NDEZ

santa envidia, y le hubiera de buena gana lle- vado consigo, á haber sido capaz de ello la embarcación.

No sabia aún que Dios le quería dar en breve, con semejante corona, el galardón de tantos trabajos y fatigas sufridas por acrecentar su gloria y el bien de las almas.

Viendo esta carnicería los neófitos, le di- jeron:

Padre, demos la vuelta, porque los Paya- guás están enconados con nosotros y nos mata- rán, como lo han hecho con los demás.

Eso no respondió el Padre porque esta- mos ya muy distantes: Dios será con nosotros, pues que por su amor nos hemos puesto en camino.

Querían, á lo menos los indios prevenir las armas, y nuestros Gruaranis sus mosquetes. Ni aun esto les permitió, diciendo que quería mo- rir por Cristo, y les exhortó con palabras ar- dientes á sacrificar á Dios sus vidas, dicién- doles:

Si nuestros trabajos y sudores no han sido suficientes para conducir al fin deseado esta empresa, lo supliremos á lo menos con la san- gre; que no podían hacer obra más agradable á Dios ni á mismos más provechosa, que per-

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 115

úer la vida en teatiinonio de aquella fe que profesaban; que no perdiesen aquella corona que se les ofrecia y que tantos andaban bus- cando sin tener la suerte de encontrarla; y que se verían en breve eternamente felices en el cielo, con sólo ofrecer de buena voluntad sus cabezas á las macanas de los Payaguás.

Con este razonamiento se animaron aquellos buenos cristianos á no hacer caso de su vida temporal é imitar el ejemplo y valor del santo Misionero.

Pasaron un poco adelante, cuando de repen- te cayeron en las celadas de aquellos malvados, los cuales saliendo con presteza al encuentro, al primer lance aferraron la embarcación y la lle- varon á tierra; el primero que entró en ella fué aquel maldito indio Cotaga, que llegándose al P. Arce, le sacó á la playa echándole con ím- petu en el suelo y fué menester muy poco, por- que estaba ya consumido de fuerzas y sólo se tenía en pie en cuanto el aliento y fervor de su espíritu le daban ánimo y vigor; sacó luego su macana aquel sacrilego infiel, y le dio tan fiero golpe en la cabeza que le quitó al punto la vida, sin poder decir otra cosa, sino

Hijos mios, muy amados, ¿por qué hacéis esto?

116 P. PATRICIO FERNANDEZ

A este tiempo en la ciudad de la Asunción el R. P. M. Fr. Joseph de Zerza, comendador del convento de Nuestra Señora de la Merced^ amigo muy íntimo del siervo de Dios, por haber sido su discípulo en la filosofía, le vio entrar en su celda y le dijo con tierno afecto:

Hijo, encomiéndame á Dios, porque me hallo en grandes angustias.

Esto sucedió poco antes que le matasen, se- gún el cómputo que después se hizo; por lo cual el día siguiente ordenó á sus subditos que dijesen la misa por su intención; y se vio obli- gado á descubrirles la causa por el semblante pálido y descolorido que tenía.

Después de haber aquellos malvados cometi- do esta bárbara traición, dieron sobre los com- pañeros del P. Joseph, los cuales, movidos ya de sus palabras, y mucho más de su ejemplo, se dejaron matar sin la menor resistencia, ha- ciendo este acto de generosidad y manse- dumbre, cuando tan fácilmente, aunque tan pocos, 83 podían defender á mismos y al Pa- dre con los mosquetes que traían.

Mas no quiso Dios que muriesen todos, para que tuviésemos noticia de la felicísima suerte de estos dos operarios Apostólicos; á algunos,

EELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 117

pues, dejaron con la vida, bien que condenados á esclavitud perpetua.

Los matadores transportaron el cuerpo del P. Arce á la otra banda del río, y le entregaron á los Guaycurús, que también habían echado leña al fuego, y tenido parte en este cruel delito.

Tomaron éstos el cadáver del santo mártir y se enfurecieron contra él con grande inhuma- nidad, hiriéndole con sus lanzas, y sólo desea- ron ensangrentarse más cuando ya no había qué maltratar y herir.

Aquel apóstata Ambrosio, que había sido la causa principal de esta impiedad, despachó luego algunos de sus cómplices á avisar de lo sucedido á la gente que iba á Nuestras Misio- nes de los Guaranís á alistarse en el número de los fieles.

Apenas lo supo Quatí, el cacique principal de todos, y el más fervoroso en el deseo de re- cibir el santo bautismo, cuando saliendo de de dolor, dio la vuelta con todos sus vasallos para vengar las muertes de los Padres.

Los delincuentes, viendo que no se podían «scapar de la furia de aquel valeroso cacique, llamaron en su favor á los Gruaycurús; pero con todo eso los acometió Quatí con grande

118 P. PATRICIO FERNANDEZ

valor, y á la primera embestida mató á no po- cos de los cómplices; los otros, no pudiendo re- sistirle, se entraron huyendo por las selvas, y por mucho tiempo no osaron salir de ellas; por lo cual todos los días este cacique daba en ros- tro á los menos malos con tan enorme delito^ diciéndoles que ¿á qué fin habían quitado la» vida á los Padres que tanto bien les hacían y los querían tanto? que se fuesen á los Mamalu- cos y viesen si ellos los trataban mejor.

Dejaron los traidores en lu fuga los orna- mentos del altar y otras alhajas sagradas, que^ aunque profanadas y hechas pedazos, las reco- gió Quatí para restituirlas, porque todavía mantenía- su buen deseo de ser cristiano; mas éste al fin se desvaneció por haber algunos ca- ciques de su nación, confinantes con la Asun- ción, roto las paces con los españoles.

Ha sido bien particular la providencia que Dios ha tenido para damos noticia de todos estos sucesos.

Había ya poco menos de dos años que no se sabía el fin de estos dos Apostólicos operarios, por lo cual estábamos sobre manera afligidos y desconsolados.

Creían algunos que, viéndose imposibilitado» á volver á la Asunción, se habían internada

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 119

por el país á predicar en él la santa ley de Dios; y era fundamento para este juicio el celo insa- ciable de entrambos, pues á donde quiera que se les ofreciese ocasión de predicar, iban aun á costa de grandes sudores y trabajos; otros dis- currían mejor que habían sido muertos por los Payaguás, ó á lo menos hechos esclavos.

Y en carta que he visto escrita de la Asun- ción de 30 de Abril de 1717, escrita después del castigo de muerte que se dio á ios Paya- guás dichos, se decía corría por cierto en aque- lla ciudad que había muerto sólo el P. Arce, y al P. Blende le tenían los mismos Payaguás cautivo con algunos de sus indios, y que al pi- loto español le habían vendido á los Gruay- carús.

Quiso Dios al fin consolarnos con noticia cierta del felicísimo arribo de estos dos Misio- neros al puesto de la bienaventuranza, con una muerte tan gloriosa.

Fueron, pues, testigos de vista de todo lo sucedido, cuatro cristianos, compañeros del P. Arce, cuyos nombres eran: Joseph Mazza- bis, Jacinto Poquibiqui, Pablo Tubarí y Pedro Melchor Guarayo, que habiendo estado escla- vos de los Payaguás, fueron rescatados por los Padres en el primer viaje, y en este los había

120 P. PATUICIO FERNANDEZ

llevado consigo el Padre para intérpretes de aquella lengua.

Estos ahora también quedaron esclavos se- gunda vez de los Payaguás.

Los cuatro, pues, con una india, de nación Asionés, también esclava, por el mes de Enero de 718, se salieron de entre los Payaguás, con pretexto de ir á buscar algunas frutas silves- tres, llamadas motaquís, y dejándolos descui- dar, cogieron dos canoas y se dieron á la vela, yogando con la fuerza que les daba el deseo de la libertad y el temor de ser alcanzados de sus cruelisimos dueños.

Navegaron cosa de doscientas leguas hacia la laguna Mamoré, donde, dejadas las canoas, se metieron por la espesura de los bosques para no caer en manos de los Gruaycurús; y toman- do el camino hacia el pueblo de San Rafael de los Chiquitos, consumidos de los trabajos y de la hambre, llegaron, con mucha dificultad al dicho pueblo, y dieron las noticias que yo aquí he referido.

Ya es tiempo de dar alguna noticia de estos dos celosísimos Misioneros para ilustrar esta historia con la relación de su vida y virtudes, bien que será con toda concisión.

Nació el P. Joseph de Arce á nueve de No-

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 211

viembre del año de 1651, en la isla de la Pal- ma, una de las Canarias.

Sus padres, no menos ilustres en la sangre que en la piedad, le criaron en el santo temor de Dios y devoción á la reina de los Angeles; y descubriendo en él una índole que prometía grandes esperanzas para los adelantamientos de su familia, le enviaron en edad tierna á la Universidad de Salamanca, donde con la cultu- ra de las ciencias se hiciese apto para conseguir alguna dignidad eclesiástica ó secular, según el estado que eligiese.

Mas Dios Nuestro Señor que muchísimas veces se vale de los intereses humanos, para lograr mejor el fin de su eterna providencia, se sirvió de la ida de nuestro Joseph á aquella Universidad para llamarle á la Compañía y después al Apostolado en las Indias.

Ponía empeño en el estudio de las letras, con la mira siempre á lo que el mundo promete y después no cumple; pero como más por dispo- sición ajena que por voluntad propia, había puesto sus esperanzas en las cosas caducas y perecederas, tuvo poco que hacer en él el des- engaño; pues considerando los innumerables que llenos como él de esperanzas se habían alistado en las banderas del mundo y no ha-

122 P. PATRICIO FERNANDEZ

bían alcanzado más premio, después de sus tra- bajos y fatigas, que quedar desvanecidos y bur- lados sus intentos, se persuadió á que lo mismo le sucedería á él, si mal aconsejado tomase su partido; pero que si ofreciese sus sudores y tra- bajos á^Dios en el camino de la virtud, logra- ría, por premio, la gloria.

Estas y otras reflexiones le alumbraron no poco el entendimiento, y encendieron la voluntad en el amor á las cosas del alma, de Dios y de la eternidad, hasta que labrando interiormente el Espíritu Santo con su gra- cia en su corazón este desengaño, le trocó totalmente en otro hombre; y así, resuelto á ser religioso, se sintió llamar eficazmente á la Compañía; y como ya estaba descarnado de las cosas del siglo, fácilmente obedeció á las inspi- raciones del cielo, y recibido en la Compañía en el mismo Colegio de Salamanca, á los 3 de Julio de 1669, pasó luego á tener su noviciado en Villagarcía.

Apenas nuestro novicio puso el pie en aque- lla santa casa, cuando, como árbol escogido, trasplantado junto á las corrientes de las aguas de la gracia, comenzó á dar frutos de todas las virtudes.

Estaba entonces en los dieciocho años de su

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 123

edad, y era de natural ardiente y vivo; mas sujetó y rindió tanto esta viveza desde los pri- meros meses de noviciado, que no dejó pasión que no domase, regla que no observase, virtud que no practicase, ajustándose muy desde lue- go perfectamente al modelo y nivel de nuestras constituciones.

Cumplido tan santamente sa noviciado, pasó á los estudios mayores, donde juntando el fervor y devoción con las ciencias, concibió ar- dientes deseos de consagrarse á Dios más estre- cnamente en las Misiones de las Indias y se- guir más de cerca las pisadas del glorioso após- tol San Francisco Xavier.

Para el cumplimiento de sus deseos le ofreció ocasión muy oportuna la venida á Europa del P. Cristóbal de Altamirano, Procurador gene- ral de la provincia del Paraguay, á cuyo cargo estaba llevar sujetos de la Compañía que con- servasen y dilatasen la fe en aquellas dilatadas provincias.

Consultó primero este negocio en la oración con Dios y con su grande abogado San Fran- cisco Xavier, y luego manifestó sus deseos á los Superiores^, pidiéndoles con mucha instan- cia le diesen licencia para pasar al Paraguay.

Nuestro Padre general Juan Pablo de Oliva,

124 P. PATKICIO FERNANDEZ

sabiendo la santa y loable costumbre de las provincias de España, en no retener en Enropa los sujetos que Dios escoge para predicadores de su santo nombre en el Nuevo Mundo, re- mitió la licencia á arbitrio del P. Provincial de la provincia de Castilla, que á la sazón lo era el P. Pedro Jerónimo de Córdoba, á quien pareciéndole ser el hermano Arce joven de quien se podia esperar mucho fruto en la con- versión de los indios, por su modo de vida ajustada y conforme al espíritu de la Compa- ñía, sin haber jamás descaecido un punto en la carrera de la perfección, aun en el tiempo más peligroso de los estudios, le destinó luego pron- tamente para esta provincia.

Llegó á Buenos Aires el año de 1674, ha- biéndose portado en toda la navegación con grande ejemplo y edificación; y fué tal el que dio de su porte religioso en aquel puerto, que he oído á un sujeto, que ahora es de la Compa- ñía y entonces era seglar, que no se cansaba de mirarle cuando salía fuera del colegio y se iba tras él sin acabar de admirar su silencio, re- cogimiento y compo3tura exterior y una mo- desta alegría que manifestaba en su rostro el espíritu del Señor, de que estaba lleno su co- razón.

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 125

Cuál fuese después en las Indias, no me pa- rece lo podré declarar mejor ni con prueba más cierta y convincente, que con el universal sen- tir de toda esta provincia, que le acomodó aque- llas palabras copiossishne Sanctus, con que San Agustín epilogó las virtudes de su grande amigo San Paulino, fundado este concepto tan alto en el grande celo, humildad profundísima, ardientísima caridad, trabajos apostólicos, des- precio de mismo y de su vida y otras heroi- cas virtudes, que conservó invariablemente en el largo espacio de cuarenta y uno ó cuarenta y dos años que aquí gastó en servicio de Dios y provecho de las almas.

No repetiré aquí sus fatigas en las provincias de Chiriguanás, de Chiquitos y de los Gruara- nís y en el descubrimiento del río Paraguay, las conversiones que allí hizo, las iglesias que fundó, las repetidas veces que estuvo en peli- gro de perder la vida, el trabajo en aprender con excelencia tantos bárbaros y diferentes idiomas. Chiquito, Qiiichuo, Gluaraní, Chiri- guaná y Payaguá; sus continuas tareas en pro- vecho de las almas y aun de los cuerpos de los infieles y neófitos, las grandes y molestísimas persecuciones que por esta causa padeció, hasta llegar á ser mortificado y reprendido pública-

126 P. PATEICIO FERNANDEZ

mente como hombre sin prudencia y sin juicio.

Sólo diré algo de otras virtudes suyas; y en primer lugar se ofrece luego á la vista aquella admirable concordia que tuvieron en el Padre Joseph de Arce los empleos de Marta y Maria; esto es, la vida activa y la contemplativa, las ocupaciones exteriores en servicio y ayuda de los prójimos, y la interior y estrecha unión con Dios.

Lloran continuamente los Misioneros y se desconsuelan mucho viendo que después de ha- berse empleado todo el día en provecho de los neófitos, sin tener el menor descanso, después, entrada la noche, apenas pueden recogerse á solas con Di >^ un rato.

Mas el F Arce, después de sus ordinarias ocupaciones en ayuda de los prójimos, luego que se po áa en presencia de Dios en la ora- ción, estaba tan dentro de sí, que todo lo que no era Dios lo dejaba lejos de si; y de perso- na fidedigna, testigo de vista, que le veía orar delante del Santísimo Sacramento, que obser- vaba en el Padre tan devota compostura, y tal inmovilidad de cuerpo y de sentidos, que 1 e compungía no poco y ayudaba para atender con mayor devoción á este santo ejercicio; bien que su orar y estar en la presencia de Dios, no

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 127

S9 reducía á horas determinadas, sino que jamás perdia de vista aquel infinito bien, de suerte que estaba todo en lo que hacía, y todo en aquél por quien lo hacía, no solamente obrando por amor sino amando en el mismo obrar; y cual- quiera que fijaba en él los ojos lo conocía ma- nifiestamente.

Por tanto, no conociendo él en todo el mun- do, belleza digna de amar, ni bondad á qué aficionar aún el más mínimo de sus deseos, sino mirando en sólo Dios, que era siempre para él todo lo amable por su belleza y todo lo apetecible por su bondad, se olvidó y perdió de vista todas las cosas de la tierra y aun á mis- mo; cátedras, pulpitos y cualquier otro oficio honorífico de los que tal vez suelen estimar los menos desengañados en el pequeño mundo de la religión, eran para el P. Arce cargas insu- fribles, y por eso, como vimos, no acabó de lio rar y de hacer instancias á los Superiores, has- ta que le descargaron de la ocupación de leer las Facultades mayores en la Real Universidad de Córdoba de Tucumán.

Y para que más pleno concepto se haga de lo que se despreciaba á mismo, referiré sólo un caso, digno singularmente de tenerse en eterna memoria, y lo he sabido de sujetos de

128 P. PATRICIO FERNANDEZ

la Compañía, que fueron testigos de vista.

Tenia aventajado talento de pulpito el Padre Joseph, y por esto se le había encargado pre- dicase sobre las virtudes de su grande apóstol San Erancisco Xavier á un lucido y numeroso auditorio en la ciudad de Córdoba, en el día de la fiesta del santo, que aquí se guarda de pre- cepto; mas el Padre, á quien resultaba no poca honra de aquella función, la quiso convertir toda en provecho propio; por tanto, subiendo al pulpito; se volvió al limo. Sr. Obispo de Tu- cumán, D. Pr. Nicolás de Ulloa, de la esclare- cida orden de San Agustín, y excusándose con protesta de que no tenía habilidad para com- poner ni decir cosa buena, explicó, con periodos mal formados y peor dichos, algunos puntos de la doctrina cristiana; y no paró aquí su pro- pio abatimiento y desprecio, pues lo que el Pa- dre empezó de su voluntad, otro lo acabó, sin que él lo pensase, con burla; porque cierto mozo, discípulo suyo en la filosofía, saliendo pocos días después al teatro público en traje de bufón, representó al vivo aquella misma acción del pulpito, glosándola de manera que movió á risa á los circunstantes, con no pequeño desdo- ro y desprecio del P. Arce.

Estuvo éste tan lejos de sentirse de aquel

RELACIÓN DE lííDIOS CHIQUITOS 129

desmán de sa discípulo, que antes, alegrándose sumamente, lo dio muchos abrazos y agradeci- mientos á su injuriador, de lo cual él no poco se compungió, y fué en adelante perpetuo pa- negirista de sus virtudes.

El vestido que usaba era tan vil y desijre- ciable, y la sotana tan pobre y remendada, qnQ el mendigo más miserable no pudiera vestir más pobremente. Su comida, tan parca y mal guisada, que ni aun los bárbaros, que viven como brutos en las selvas, la hubieran podido aguantar tan largo tiempo; y pasó por las ma- nos de muchos una calabaza, que le servía de olla, escudilla y vaso; de ordinario pasaba con maiz, sin otro aderezo que el que de suyo tiene este desabrido manjar, cocido en agua, y cuando sus enfermedades le obligaban, añadía un pe- dacillo de carne mal asada.

Concluiré el elogio de este varón Apostólico con un acto que por ventura es el más digno de saberse y que él sólo bastaba para contarle entre los héroes de esta provincia; para cuya inteligencia me es preciso tomar la relación de más lejos.

Habíase roto, no por qué causa, la antigua paz y amistad entre los indios Guaraníes y la na- ción de los Guaneas; los ánimos de éstos estaban

LIB. QUE TRATAN DE AMÉRICA. T. XIII. 9

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tan exasperados, que habían jurado de no dejar con vida á cualquier Guaraní que cayese en sus manos; ni paraba aquí el daño de estas enemis- tades, sino que amenazaban también la total ruina y destrucción de la floridísima cristian- dad del Uruguay y Paraná: porque los Gua- noas no permitían que los cristianos, para la manutención de sus pueblo:, que no usan otra comida que carne, pasasen el Uruguay á hacer provisión de vacas, de que solían juntar veinte ó treinta mil cada año en las vastísimas cam- pañas que están á orillas del mar Atlántico; por lo cual la hambre y carestía afligía muchí- simo á la gente de las Reducciones.

Nuestro ' Misioneros habían usado de mu- chos y eficacísimos medio3 para apagar toda malevolencia y odio entre las do3 naciones y re- ducirlos á su antigua amistad, pero todo había sido en vano.

Quisieron, lo primero, probar si podían con- vertir á la santa fe á los Guanoás; pero ellos lo rehusaron obstinadamente, dándoles por res- puesta la misma razón porque los Jaros eran perdidísimos idólatras; conviene á saber, que el Dios de los cristianos sabía tanto, que no le era nada oculto, y por . er inmenso estaba en todos lugares mirando lo que en ellos se hace;

RELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 131

que no querían tener un Dios que tuviese tan- ta ciencia y los ojos tan abiertos: que en sus bosques y cavernas vivían ellos con más paz y libertad sin tener un síndico ni juez continuo de sus acciones.

No aprovechando este medio, se tomó otro expediente que sólo parecía más concerniente al intento y fué comprar la amistad y benevo- lencia de la nobleza Gruanoá con algunos pre- sentes de cosas ordinarias entre nosotros, mas entre ellos muy apreciadas. Pero ni aún de esta manera se pudo reducir su obstinación á tratado de paz y concordia.

Entre tanto crecía la carestía, lloraban los pueblos y se podía temer con fundamento que la peste ó la de._esp9ración destruyese aquella ilustrísima iglesia. Viendo esto el P. Arce, se ofreció á ir en persona á hablará los principale"'. caciques de los Guaneas y arriesgar su vida para rescatar de aquellas miserias las ánimas y los cuerpos de tantos millares de cristianos y arro- jarse á la furia de la tempestad, para que con sola su muerte se serenase del todo.

Y en la realidad se tenía por cierto había de perder la vida, por las manifiestas señales del odio que nos tenían los Gruanoás; por lo cual los nuestros, al darle los últimos abrazos á la

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despedida, le lloraban como si de cierto fuese á morir.

El, con una serenidad de rostro imperturba- ble, se puso en camino, pidiendo á Dios acep- tase su vida en sacrificio de placación y paz, ó de la manera que más le agradase á su Majes- tad, y le fué necesario padecer semejantes tra- bajos, á los que toleró en su viaje á las Misio- nes de los Chiquitos.

Los bárbaros, admirando la generosidad y grandeza de su ánimo, ó ya fuese por su vir- tud, de que ellos también hacían grande apre- cio, ó por la destreza y eficacia de sus agen- cias, ajustó por fin tan difícil negocio, se esta- bleció la antigua y mutua paz entre ellos y se remedió la necesidad y hambre de tantos pue- blos. Falleció este incomparable varón por el mes de Diciembre de 1715 en edad casi de setenta y cinco años, cuarenta y seis de religión y vein- t nueve de profesión de cuatro votos que había hecho á los 15 de Agosto de 1686. Fué un trienio Rector del colegio de Tarija, en que promovió mucho la observancia y religiosa nuestros ministerios.

Dejemos ya á este admirable varón y pase- mos á dar alguna noticia de su apostólico com- pañero.

BELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 133

Nació, pues, el P. Bartolomé Blende á 24 de Agosto de 1675 en la ciudad de Bruxas, una de las principales del condado de Elandes, de pa- dres nobles.

Era dotado de excelente ingenio, y para lo- grarle, empezó á estudiar en su patria las letras humanas y alguna cosa de filosofía; mas llama- do de Dios á aprender en la Compañía de Je- sús la sabiduría del Evangelio, no tuvo mucho trabajo en obedecer, pues aun en medio de los peligros del mundo, vivía con mucha religión y piedad.

Habiendo vivido en su provincia de Flandes cerca de quince años, alcanzó de nuestro Padre general Miguel Ángel Tamburini licencia para pasar á las Indias, cosa que por largo tiempo había deseado.

Pasó de Elandes á Madrid, donde en su Co- legio imperial esparció en breve el olor de su santidad y virtud, y formaron todos universal - mente un concepto extraordinario de que era varón apostólico y dotado de aquellos talentos que son necesarios para las Misiones de las In- dias; por lo cual, mucho tiempo después de su partida, duró allí fresca la memoria de sus vir- tudes. De Madrid fué á Cádiz, donde se embarcó á 2 de Marzo de 1710 en los navios que salían

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para el puerto de Buenos Aires en compañía de otros ochenta y nueve jesuítas de vari'es na- ciones, pero todos de un mismo espíritu, que los conducía de Europa á la América á las fa- tigas y penalidades de las trabajosas Misiones del Paraguay y Chile.

Mientras el día siguiente navegaban viento en popa, se levantó una espesa niebla, y cu- biertos de ella se acercaron tres navios holan- deses, los cuales con grande estrépito y ruido de batalla los arrestaron, disparándoles un tiro de artillería y estuvo á pique de haber un com- bate sangriento de ambas partes, defendiendo los unos sus haberes y las grandes esperanzas con que se habían embarcado, y los otros, es- perando hacerse ricos con un cuantioso despo- jo; mas como los españoles al cargar sus navios de registro, no observen la común medida del peso que á proporción del buque se debe car- gar, sino que meten más géneros de los que caben, añadiéndose á esto la gruesa cantidad de provisiones para seis ó siete meses, de ahí nace ir tan hundidos en el agua, que sólo llevan fuera lo que es preciso para que se man- tengan en ella, quedando inútil la más de la ar- tillería para pelear, por ir las andanas dentro del asTua.

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Por esta causa, juzgando cuerdamente los ca- pitanes que era menos mal rendirse que pelear, pues rindiéndose tenían esperanza, que por la protección de la reina de Inglaterra, de quien tenían pasaporte, se les volvería la mayor parte de sus haciendas, echaron banderas; y aunque lo contradijeron los marineros y los pasajeros gritasen protestando que se ponían á manifies- to peligro sus personas y caudales, se rindieron totalmente.

No es fácil de decir con qué algazara y furor entraron los vencedores en los navios, que des- pojando á los oficiales y pasajeros los trataron con un modo muy extraño y cruel, registrando los pechos aun á los mismos capitanes con instru- mentos sutiles de hierro para ver si por ventura habíanescondido en el seno algunos pedazos de oro ú otra cosa preciosa .Lo que pareció tan mal, aun á los senadores y magistrados de Holanda, que llamando á los capitanes holandeses á Amsterdam á dar razón de sí. les privaron y depusieron de sus oficios.

Los nuestros, pues, á quienes la sotana de la Compañía hacía dignos de peor tratamiento eri el juicio de los herejes, fueron de ellos muy maltratados, quitándoles á todos su ropa y lo demás, y echándolos en el lugar peor y

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más desacomodado de las naves, con sólo el mantenimiento preciso para no morir.

Entre tanto los vencedores banqueteaban j se regalaban muy festivos con la provisión que habían hallado en los navios, mas á costa de los vencidos todo; porque tomados del vino y brevajes que hacían, salían tan fuera de sí, que á manadas andaban discurriendo jíor todas par- tes, de popa á proa, tomando por entretenimien- to y placer escarnecerlos á todos con mofas in- juriosas, con visajes ridículos, y tratándolos tan infamemente , como si fuesen una vil cana- lla de turcos.

También los nuestros mantenían á su costa gran parte ó la mayor de esta fiesta: porque como echando mano de ellos les registrasen aun 1 i iiás secretos senos, y hallasen en el lugar de joyas cilicios, cadenillas y disciplinas, mon- tando en cólera por verse burlados, les sacu- dían reciamente con ellas; otras veces, como queriendo usar con ellos de misericordia por verlos pálidos y consumidos de tantos trabajos, les ofrecían unos grandes vasos llenos de lico- res suyos propios; y si por modestia ó por otra causa rehusaban llegarlos á los labios, le": obli- gaban á ello con la pistola en la mano.

En tantas y tan duras aflicciones, que les

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duraron desde 26 de Marzo hasta 6 de Abril era el P. Blende el consuelo y alivio de todos, y con su afabilidad y cortesía se ganó la vo- luntad del capitán holandés, con que pudo al- canzar algún alivio para sus hermanos, hasta que dieron fondo en Lisboa el domingo de Lá- zaro en la tarde.

En aquella ciudad, á donde había llegado la fama de lo sucedido habían ya prevenido el insigne colegio de San Antonio y el Noviciado algunas lanchas en que salieron á recibir á los nuestros, y con el mayor cariño y amor que es imaginable, les procuraron reparar de los tra- bajos pasados, y por todo el tiempo que allí se detuvieron usaron con ellos de todas aquellas finezas de caridad que son tan propias y anti- guas en aquella observantísima provincia de Portugal.

No pudo el P. Bartolomé de Blende gozar de estas caritativas demostraciones, porque á las repetidas instancias del ilustrísimo señor D. Pedro Levanto, arzobispo de Lima, á quien en Lisboa no quisieron dejar los holandeses por ser persona de tanta distinción, fué preci- so le ordenasen los Superiores fuese acompa- ñando á su ilustrísima hasta Holanda; para lo cual, disfrazado en traje de secular porque

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vestido de Jesuíta no le permitieron ir los ho- landeses, pasó á Amsterdam, no sin conocida provecho de muchos de los mismos holandeses, ocultos católicos á quienes en secreto confesó y exhortó á mantenerse constantes y firmes en la fé.

Puesto, finamente, en libertad aquel prelado volvió con él á Sevilla, donde á 15 de Agosto de 1711 hizo la profesión de cuatro votos.

De aquí se partió otra vez á Cádiz sin que- rer recibir ninguno de los riquísimos presentes que el ilustrísimo señor Levanto le ofrecía, en agradecimiento de lo mucho que había co- operado con los ministros de la república de Holanda para que su ilustrísima fuese restituí- do á su libertad.

Sólo admitió uno", libritoo de devoción, úti- les para introducir, aun en gentes de poca ó ninguna conciencia, sentimientos de piedad cristiana, y para aumentar la estima y reve- rencia de la reina de los Angeles, de quien era devotísimo.

Hízose á la vela á 27 de Diciembre del año mismo de 711. Y aun en esta segunda navega- ción fué con sus compañeros apresado de los ingleses, que disparando una bala de artillería para pedir bandera, dio el golpe muy cerca del

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lugar donde venía el P. Blende, que con los demás se prevenía para la muerte, caso que se llegase á rompimiento, para que á toda priesa. se prevenían las armas: y aun en este caso, en que turbados todos con el peligro de muerte^ andaban en continuo susto y sobresalto, él, con una serenidad de rostro angelical, después de haber echado á todos los Jesuítas y otras per- sonas de su posición, hombres y mujeres, que se habían refugiado á la Cámara de Santa Bárbara, la absolución general, se puso muy despacio á oir las confesiones de algunos que se pudieron confesar.

A este tiempo se reconoció ya que los agre- sores eran ingleses, con que viniendo ellos á nuestra capitana, se les hizo demostración del pasaporte de la reina Ana que traía, y dejaron pasar libres las naves.

Caminóse después con varia fortuna, y al P. Bartolomé le encargó el P. Procurador ge- neral, Francisco Burgués, el cuidado de los novicios, como lo había hecho el tiempo que estuvieron detenidos en Cádiz, y mostró siem- pre con ellos entrañas y ternura de verdadera madre, no sólo en su aprovechamiento espiri- tual, sino aun en el alivio corporal; de suerte que para estar más pronto á socorrerlos en sus

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necesidades, renunció la comodidad de venir en la cámara de popa, y quiso vivir con ellos en la de Santa Bárbara, lugar incomodísimo y -de que rarísimas veces salió para repararse con el viento fresco en la plaza de Armas, contento sólo con las delicias y conortes del cielo, que jamás le faltaban, gastando lo más del tiempo en continua y estrecha unión con Dios.

Llegado á Buenos Aires á 8 de Abril del año siguiente de 712 y esperando allí algunos pocos meses las embarcaciones de las doctri- nas, pasó en ellas, con otros cuatro de sus conmisioneros, por orden del P. Visitador, An- tonio Garriga, á las Misiones de los Guaranís, no sin dolor y sentimiento de sus novicios, que de er.ban gozarle por más largo tiempo y tener á la vista un ejemplar perfecto de Jesuí- ta indiano, para copiar en aquellas tan gran- des y tan excelentes virtudes que son necesarias á quien en país tan extraño y entre gente tan bárbara, por naturaleza y por los vicios, debe ejercitar el oficio de la predicación Apostólica.

Lo que obró después en servicio de Dios y de las almas en aquellas Reducciones no se puede decir fácilmente; pero se puede conjetu- rar bastantemente, de que entre tantos, por

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otra parte dignísimos, fué escogido por com- pañero del Apostólico P. Arce para ir al descu- brimiento del puerto de los Itatines, por donde se hiciese escala para la comunicación con las Misiones de los Chiquitos, y para observar la voluntad de las naciones cincunvecinas á la ley de Cristo, en cuya empresa felizmente murió.

Hombre verdaderamente de virtudes y ta- lentos, de que se esperaba mucho para la exal- tación de la fe, si Dios, que desde el cielo or- dena las cosas de la tierra, muy al revés de lo que alcanzan nuestros cortos juicios, no hubie- ra privado de él al Paraguay, poco después que se le dio y llamádole á recibir el descan- so eterno cuando estaba con fuerzas y vigor para trabajar por muchos años.

Murió el año de 715; no se sabe el día, pero se cree fué su muerte á los últimos de Noviem- bre, en edad de 40 años y 21 de religión, en que había entrado á 1.° de Octubre de 1694.

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CAPITULO XVIII

Fúndase una Reducción nueva y el P. Juan Bautista de Zea em- prende la Misión de los Zamucos.

Ya es tiempo de que volvamos á atar el hilo de la historia, interrumpida con esta larga, bien que útil digresión, y en primer lugar á dar una vista á la Eeducción de San Juan Bautista, para pasar después á hablar por ex- tenso de las trabajosísimas Misiones que en estos años emprendió á gloria de Dio3 y bien de las almas, el Apostólico P. Juan Bautista de Zea.

Ya dijimos en el capítulo xvi cómo para su- plir la falta de sujetos se habían extinguido dos pueblo:, y el uno de la advocación de San

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Juan Bautista; mas por este tiempo se volvió á fundar otro con la misma advocación.

Habíanse, pues, agregado á San Josephbuen número de Morotocos y Quíes, y para mante- ner tanta gente era el terruño algo estéril, y cortas las cosechas; por lo cual era necesario dividir aquel pueblo y buscar en otra parte lu- gar para fundar en él otro nuevo.

Trece leguas de San Joseph, hacia Levante, había una campaña llamada el Naranjal, esté- ril, no tanto por infelicidad de la tierra, cuanto por no haber quien la cultivase.

De común consentimiento escogieron, entre los otros, este paraje los neófitos, y tomó luego habitación en él la gente de cuatro naciones y de otros tantos idiomas. Boros, Penotos, Taus y Morotocos, poniendo por nombre á aquel pueblo San Juan Bautista; y para esto se aten- dió tanto á que tuviesen cómodamente con qué pasar la vida, cuanto á que en bárbaros nuevos en la fe, viniendo muchos en número y enveje- cidos en los vicios, e" cosa de increíble trabajo quitarles las malas costumbres, hacerlos olvi- dar las antiguas supersticiones y reducirlos á la estrechez de la ley y vida cristiana; y como decía graciosamente un Misionero, son ellos tan niños, sin uso de razón que para criarlos

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con vida de hombres racionales, es necesario estar en continuo ejercicio de todas las virtu- des, en especial de la paciencia, del celo, agra- do y de aquella que todo lo obra, la caridad, sufriéndoles infinitas impertinencias y neceda- des, acomodándose á su modo y transformán- dose en cada uno de ellos para ganarlos y con- ducirlos todos á Dios.

Encargóse este nuevo pueblo al P. Juan Bautista Xandra, sardo de nación, el cual pro- curó, con todo el fervor de su espíritu, que la gente fabricase sus Ranchos y labrase la tierra» de suerte que volviendo de allí á poco el Padre Zea de los Zamucos, con no tan buen suceso como esperaba, se consoló no poco con lo que vio en el nuevo pueblo de San Juan, y tomó ánimo para arriesgar de nuevo la vida en la empresa de los Zamucos.

Esta conversión de Zamucos es aquella obra que emprendo ahora escribir, en que por haber sido la última de este obrero evangélico; así como el sol en su horizonte, cuanto más preci- pitado corre al ocaso, tanto se muestra más lu- minoso y bello, así este sol apostólico echó el resto de su incomparable caridad cuando más cercano á su muerte; y aunque consumido, no menos de los años que de los trabajos, tuvo

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tantas fuerzas y aliento, que pudo llegar á plantar triunfante la bandera de Cristo en país inaccesible, no tanto por la barbaridad de sus moradores, cuanto por su sitio natural; bien que después, por los inescrutables juicios de Dios, cometida á otros aquella grande obra, se frustraron por algún tiempo tantas fatigas, y las esperanzas concebidas de penetrar por aquí á las vastísimas provincias del Chaco.

Fortalecido, pues, su espíritu con largas ora- ciones y súplicas á Dios Nuestro Señor para la feliz conducta de aquel negocio, se puso en ca- mino para los Zamucos por Julio de 1716, acompañado de cien neófitos, y á pocas leguas se le opuso el infierno con horribles tempesta- des en el aire, torbellinos de agua y viento, cre- cientes de rios y otras mil incomodidades; de manera que en andar cosa de catorce leguas, gastó diecinueve días, mas no sin algún fruto; porque dando una ligera corrida á registrar algunas Rancherías de los Tapuyquias, ya asoladas, halló allí treinta almas que perse- veraban aún en las tinieblas del gentilismo; y ganadas para Cristo, las despachó al pueblo de San Joseph.

Alegre con esta ganancia impensada, pasó adelante, y á pocas leguas encontró con un LIB. QUE TRATAN DE AMÉRICA.— T. XIII. 10

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bosque de diez leguas de largo, horrible á la vista, y tan difícil de penetrar por él, que nun- ca le había visto semejante en todas sus co- iTerías.

Lo que aquí hizo y padeció, con ningunas palabras lo podré mejor referir que con las que el mismo P. Zea se lo escribió al P. Vice-Pro- vincial Luis de la Roca:

«Los indios (dice) no obstante que descon- » fiaban llegar al cabo, comenzaron á trabajar «y á desmontar la espesara; mas á la mitad »de ella desmayaron totalmente y se resol- » vieron á dejarla, y tuve por milagro el poder » detenerlos; y para animarlos á llevar al cabo »lo comenzado, me puse yo á la frente con una > hacha en la mano, á veces con el azadón y » otras llevándoles agua para refrigerarlos de «los incendios del ardientísimo sol que hacía, »y de esta manera, con el favor de Dios, en «diecinueve días de trabajo, se acabó de rom- »p3r el bosque.

>Ma3 lo que se hacía insufrible era el no «tener de día ni de noche treguas de las san- «grientas molestias de infinitos mosquitos y «tábanos de varias especies, molestísimos, cu- »yos aguijones nos desfiguraron sobremanera y »nos duraron por mucho tiempo las señales.

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»Puse por nombre á este bosque el Purgato- »rio, para que quien los años siguientes vinie- »re á este país en busca de almas, sepa cuánto *le han de costar.»

Hasta aquí el P. Zea.

Abierto finalmente el camino salieron á cam- paña rasa, donde no hallaron cosa de comer el Padre ni sus compañeros para repararse de los trabajos pasados, porque no había en aquel lu- gar ninguna caza ni laguna de pescado, ó al- guna colmena, como hay por otras partes.

Sólo había gran copia de agua estantía en las lagunas, y algunas raíces duras y tan amargas como la hiél, y de éstas no en mucha abundancia; por esta causa perdió las esperan- zas de llegar al término de su viaje, porque fuera de lo dicho, habían también con los tra- bajos caído enfermos no pocos de los neófitos y los demás apenas se podían tener por la fal- ta de alimento.

Con todo eso pasó adelante, á dos jornadas distante de la última Ranchería de los Cucara- tes, le suplicaron algunos Orerobates y Moro- tocos torciese algún tanto el camino y fuese á tres Rancherías de su nación á reducir á aque- llos sus paisanos al conocimiento del Dios ver- dadero.

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Condescendió con ellos de buena gana el santo varón, y dando orden al resto de su co- mitiva que le esperasen junto á los Cucarates con solos algunos pocos dio la vuelta hacia las dichas Rancherías, y en menos de dos días en- tró en aquellas tierras donde no halló ni aun una sola alma, porque la carestía había obligado á los paisanos á esparcirse por los bosques en busca de comidas; por tanto, fueron tras ellos los cristianos sin perder tiempo; mas los infie- les, juzgándolos, ó enemigos ó indios Chiqui- tos, de quien se temen en gran manera, huye- ron, hasta que desengañados, por haberse dado á conocer los nuestros, se pararon.

Pero fué en vano hablarlos de que se hicie- sen cristianos, porque no venían bien en aban- donar su nativo suelo y tomar casa en otro pa- raje, y de otra manera no podían ser doctrina- dos en las cosas de la fe y admitidos al santo bautismo; por cuya razón, viendo el P. Zea que no era aún llegado el tiempo para su conver- sión, dio la vuelta en busca de sus compañeros; mas no le salieron en vano sus fatigas, porque corriendo por algunas Rancherías ja, desiertas, halló allí poco más de setenta almas que redujo con facilidad á la fe, y dejándolas al cuidado de algunos de sus neófitos que las guiasen y con-

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dujesen hasta San Joseph, alegri^imo el siervo de Dios de haber en tres días sacado de las ga- rras del demonio tantos infieles, llegó junto á la última Ranchería de los Cacara tes, donde le esperaban sus compañeros, á lo3 cuales el espí- ritu maligno había puesto en el corazón tal desesperación del éxito feliz de aquella empresa, que por más que los animó no pudo jamás con- seguir con ellos que pasasen adelante; y ¿qué podría hacer él solo si faltaba por romper otro bosque semejante al pasado?

Detenerse aquí, y con el ayada de otros in- fieles penetrar á los Zamucos era imposible, porque todos, al ver á loj Chiquitos, se habían retirado muy adentro.

Por lanto, con i .creíble sentimiento y do- lor de sa corazón, se vio obligado á volver atrás y diferir la empresa hasta el año si- guiente:

Mas el celo de las almas y de la mayor gloria de Dios, que estimulaban al Apostólico Padre á prosegair lo comenzado, no le dejaron espe- rar á que abrieie el tiempo, y aunque de las continuas lluvias que caían estaban anegadas las campañas, resolvió exponerse segunda vez á los riesgos y peligros pasados.

Cuáles y cuántos fuesen, no lo refiere el Pa-

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dre por extenso, pero explica lo bastante para comprender el valor y aliento que tenía en los negocios del servicio de Dios.

•<Lo mismo (dice) era tratar de esta Misión »qne tocar al arma el infierno para deshacerla, «romper el aire con furiosas tempestades y mo- »ver en la tierra persecución aún más terrible; «porque unos me persuadían á que era temera- »rio atrevimiento esta empresa y que no había »de salirme hien con los esfuerzos humanos. «Otros, con más errado juicio, decían que se ;> perdía inútilmente el tiempo y el trabajo »en la conversión de pocos cuando había cerca «tantos países donde á menos costa se gana- sría para Dios muy grande multitud de almas. Así nos pinta, como en bosquejo, los esfuer- zos de los hombres y de los demonios para apartarle de sus intentos; mas todo se desva- neció, porque cuando Dios le llamaba, ni per- suasión de razones, ni terror de peligros, ni embarazos que se le atravesasen, eran podero.. sos para apartarle de sus intentos.

Llamó, pues, un día á doce de los más fervo- rosos cristianos, y de igual ánimo en los peli- gros, y con gran copia de razones les exhortó á que quisiesen ser sus compañeros en aquella empresa, diciéndoles que en el cielo les daría

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Dios el galardón de lo que por su amor pade- ciesen; que debían procurar el bien de los otros y moverse á compasión de tantas almas opri- midas de la tiranía del demonio, de quien ellos, por la misericordia divina, habían sacudido el yugo; que no se espantasen de los trabajos y riesgos que se les ofrecían porque corría por cuenta del cielo el librarlos de ellos; fuera de que él sería el primero en exponerse á los peli- gros y ellos en su seguimiento vendrían pisan- do sus huellas; él tantearía j)riinero los vados de los ríos, se arrojaría por los pantanos, echaría mano del hacha, y si osasen acometerlos los bárbaros, él se ofrecería á servirles de escudo. Esto y más les dijo este generosísimo pro- pagador de la ley de Dios, con grande energía de espíritu, porque de suyo era elocuentísimo. Y á la verdad era necesaria tal eficacia en sus palabras para que sus indios perseverasen y pudiesen sufrir tantos trabajos.

Persuadióles lo que quería, y con estos pocos compañeros, en el mayor rigor del tiempo, por Febrero del año siguiente, pasó á reconocer el bosque que faltaba por abrir para entrar en los Zamucos; y pareciéndole cobardía el no poner luego manos á la obra para allanar aquella difi- cultad, cogiendo una hacha y otras á su imita-

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ción los neófitos, comenzó á hacer el camino. «Por espacio de quince días (dice él mismo »en una carta) desde el amanecer hasta puesto »el sol, trabajé en desmontar parte de aquella » selva, las más de las veces con el agua hasta »la cintura, á pie descalzo por entre aquellos •espinares, perdiendo á cada paso el camino, porque la violencia del agua nos llevaba de *una parte á otra.»

Trabajando con este tesón llegaron hasta la mitad del bosque, donde conoció el santo varón que de aquella manera no tanto se habían de sufrir trabajos y vencer dificultades, cuando contrastar poco menos que un imposible; pues fuera del riesgo que había, de que creciendo un poco más el agua quedasen todos anegados, no tenían un palmo de tierra donde reposar de noche, y la molestia y enfado de los mosquitos era más insufrible que estar debajo del agua* por e^to se vio precisado á volver atrás hasta que se serenase el tiempo y tomasen nuevo vigor y aliento sus compañeros, aunque el Ve- nerable Padre, á quien los consuelos del cielo infundían tanto ánimo y valor en tantas an- gustias, que el celo de las almas le hacía casi insensibles todos los trabajos.

Llegaron todos sanos y salvos el Sábado

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Santo á la Reducción de San Juan Bautista, habiendo gastado más de cuarenta días en el viaje.

Al siguiente día de Pascua de Resurrección trató el P. Zea de ajustar las paces y reducir al conocimiento de Dios los Careras, para lim- piar de esta manera el camino de peligros y encuentros con aquellos caribes, que causaban no poco terror á los pasajeros y servían de em- barazo á la dilatación de la santa fe.

Son estos Careras de la misma lengua y na- ción que los Morotocos, con los cuales poco p-'tes habían roto la paz por litigios y contien- das que tenían entre sí, y se habían ceguido, de ambas parte:, muchas muertes y ruinas, hasta que cansados de pelear y hacer guerra los Careras enviaron mensajeros á los Moroto- cos para volver á su antigua amistad; pero contra todo el derecho de las gentes, dieron éstos inhumanamente la muerte á dichos men- sajeros.

Irritó tanto esta alevosía á lo3 Careras, que se conjuraron para destruir á los Morotocos, sin dar cuartel á ninguno de ellos; antes bien, haciendo pedazos á cualquiera que caía en sus manos, y celebrando con sus carnes banquetes de cruelísima alegría.

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A domesticar, pues, estas fieras y reducirlas al rebaño de Cristo se partieron ciento y sesen- ta indios cristianos del pueblo de San Joseph, y entrando en su Ranchería, procuraron intro- ducir tratados de paz; mas los Careras, sin querer dar oidos á estas pláticas, se pusieron luego en arma, y del primer golpe mataron un indio cristiano é hirieron á otros dos.

Los neófitos , entonces , ofendidos , dieron sobre ellos, disparándoles una tempestad de flechas, de que muchos quedaron muertos: irri- tados, los que pudieron, escaparon, y sólo se recogieron dieciseis de la chusma, que traídos á San Joseph, se redujeron á nuestra san- ta fe.

Los fugitivos, en varias ocasiones, quisieron matar al P. Zea; mas Dios, que le guardaba, le libró siempre, de varias maneras, de su furor y crueldad.

Mientras sucedía lo referido con los Careras, se estaba disponiendo el infatigable Misionero para llevar al cabo y conseguir elfin glorioso de tan trabajosa empresa; para la cual, escogiendo segunda vez algunos cristianos de más valor y fuerzas, partió á fines de Mayo de 717, y llegan- do al lugar de sus sudores, se puso luego con mayor brio á cortar árboles y á allanar la tie-

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ira, facilitando este trabajo y fatiga la esperan- za de feliz suceso.

Parecía casi imposible quitar aquel embara- zo; pero nada le es inaccesible, nada duro de vencer, á quien ha ofrecido su espíritu á Dios^ y á los prójimos su vida en obsequio de la ca- ridad.

Al cabo de veinte días se llegó á abrir del todo aquel impenetrable bosque, y á los 12 de Julio llegó á la primera Ranchería de los Za- mucos.

Estos, á quienes había llegado antes la fama de su venida, le festejaron con demostraciones de extraordinaria alegría; cercáronle todos en rueda, y los varones todos, uno por uno, le fue- ron besando la mano; querían hacer lo mismo las mujeres; mas el santo varón que se deshacía todo en lágrimas de consuelo, les dio á besar la imagen de la Virgen santísima, que traía en la mano.

Cumplimentaron después á los neófitos, abra- zándoles en señal de paz y de amor, y les alo- jaron en sus casas, dándoles parte de la pobreza y escasez del país.

El día siguiente juntó el pueblo en la plaza, les dio razón y juntamente una breve noticia de Dios, de su santa ley, y los preguntó si que-

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rían que los Misioneros viniesen á predicarles allí la fe de Jesucristo, y enseñarles el camino del cielo.

Respondieron ellos que había mucho tiempo que lo deseaban, y el no ser ya cristiauos era porque no tenían quién les explicase los miste- rios de la fe que habían de creer, ni los man- damientos que debían observar.

- Pues si es así añadió el Padre, bañado en alegría es necesario levantar primero igle- sia á vuestro criador y señor, y que os juntéis todos en un pueblo.

A esta propues-ta se levantaron dos caciques principales, diciendo que lo harían de buena voluntad, mas no allí, sino en mejor sitio, y que juntarían luego al punto toda la gente del con- torno para fundar una reducción numerosa.

Entre tanto hizo el P. Zea enarbolar una cruz en un alto, y puestos todos de rodillas de- lante de ella, la adoraron; y entonadas las leta- nías de la Virgen, puso aquel pueblo debajo del patrocinio y tutela de nuestro Padre San Ignacio, cuya advocación le dio.

Hubiérase quedado allí de buena gana para dar calor á la buena voluntad de los Zamucos si hubiera llevado consigo los ornamentos sa- grados y el altar portátil, aunque le fuese for-

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zoso sufrir muchas incomodidades, y no terer otra cosa para comer que agua y algunas raí- ces de yerbas silvestres; por eeta causa se hubo de despedir de ellos y volverse por entonces. con igual sentimiento y dolor del que se partía y de los que se quedaban.

A la vuelta tuvo ocasión oportuna de ganar para Cristo á cien indios de varias naciones Zinotecas, Japorotecas y Cacarates que se tra- jo consigo á la Reducción de San Juan Bautis- ta, en donde mientras se estaba disponiendo de nuevo para volver á sus Zamucos, recibió orden de nuestro Padre General Miguel Án- gel Tamburini, de que tomase á su cargo el gobierno de provincia; á que obedeció pronta- mente, no sin incomparable dolor de su corazón.

Y porque con esta ocasión murió al bien pú- blico de estas misiones, dejando después de dos años poco menos, la vida en el empleo de Pro- vincial, haremos aquí una breve relación de los méritos que partiéndose de aquí llevó con- sigo al Paraguay, Para ejemplo de los subdi- tos, y después al cielo, para recibir la corona debida á los operarios apostólicos.

Fué el P. Juan Bautista de Zea, natural de Groaze, lugar de Castilla la Vieja, en donde na- ció á 18 de Marzo de 1654.

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Aquí aprendió los primeros rudimentos de la gramática, aunque por la calidad del lugar y de los maestros, aprovechó más en la devoción que en las letras, creciendo no menos en la vir- tud que en los años.

Para estudiar las ciencias mayores pasó á la Universidad de Valladolid, donde dio buenas muestras de ingenio en las ciencias especulati- vas, pero mucho más en la de los santos.

Sobresalía en él una modestia virginal, una inocencia de costumbres tan cristianas como amables, un desprecio grande de las cosas del mundo, y un no gustar de otra cosa que de Dios y de su alma.

Poco era menester para que quien estaba tan despegado de los afectos de la carne y sangre se rindiese á la voluntad divina que le llamaba á la Compañía, en que á 13 de Agosto de 1671 le recibió el doctísimo P. Diego de la Fuente Hurtado, el cual descubriendo con luz sobera- na, y anteviendo los fines á que Dios tenía des tinado al nuevo Jesuíta, pronosticó de él cosas grandes en el servicio de Dios y aumento de la santa Iglesia, y de allí adelante le amó siem- pre y le veneró como á santo.

Apenas el hermano Zea se vistió la sotana de la Compañía, cuando haciéndose cargo de

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las nuevas obli gaciones que con ella había con- traído, procuró dar á ellas entero cumplimien- to; y como empezara de nuevo el camino de la virtud, se miraba en las virtudes de sus con- novicios, observando cuanto en ellos era digno de ser imitado para copiar en mismo la per- fección de todos.

Dándosele para leer y considerar nuestras reglas, se las puso delante como modelo, á que se arregló perfectamente en lo interior y ex- terior.

Tuvo muy poco en qiié vencerse para entre- gar del todo su corazón á Dios, no queriendo ni>amando, ni pensando en otro bien que en Su Majestad; y testifica sujeto que le conoció estudiando la filosofía, que habiéndole dado los Superiores el cuidado del reloj de casa, se estaba sólo en un aposento bien incómodo sin salir de él sino obligado de las funciones esco- lásticas ó domésticas.

Aquí todo el tiempo que le sobraba de las tareas del estudio lo daba á Dios, y rarísima vez á los hombres, porque usaba muy poco de su conversación, y esto solamente cuando lo pedía la obligación.

Pasó después á estudiar la teología á Sala- manca, y á este tiempo corrió la noticia por

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las provincias de España de haber llegado á Cádiz los PP. Cristóbal de Grijalva y Tomás Dombidas, procuradores del Paraguay, y po- niéndose á considerar sobre la conversión de los idólatras y el extremo desamparo en que están innumerables pueblos del Occidente, dila- tado campo en que ofrece copiosísima [mies á muchos operarios Evangélicos, si hubiese mu- chos que despreciando las comodidades propia s atendiesen á la eterna salvación de las almas; se le encendió el corazón en deseos de ser uno de los escogidos á quien tocase la suerte de ser señalado para la Misión de la dilatadísima provincia del Paraguay; por tanto puso luego todo empeño en alcanzar licencia de sus Supe- riores, los cuales sintieron mucho su petición, porque por una parte no querían privarse da él, y por otra no querían oponerse á la volun- tad de Dios, conocida claramente en su voca- ción, prevaleció finalmente la América, y la abandonada gentilidad del Paraguay: por lo cual, nuestro Zea, contento y alegrisimo se partió de su provincia de Castilla, á quien como hijo profesó siempre tiernísimo afecto; y sus condiscípulos le siguieron con el corazón, conservando su dulcísima memoria; singular- mente se esmeró en esto su maestro en la filo-

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sofía el P. Baltasar Rubio, confesor que fué de la serenísima reina de España doña María Luisa de Saboya; éste le siguió con el afecto^ con sus oraciones y con sus cartas pues cuan- do se ofrecía ocasión siempre le escribía, por tener del P. Zea subido concepto, como en ellas lo manifestaba.

Ordenóse de sacerdote antes de embarcarse para esta provincia, á que pasó el año de 081 y apenas se dieron á la vela en Cádiz, cuando le ofreció ocasión en qué dar muestras del espí- ritu y virtudes, de las cuales iba abundante- mente prevenido para aquel viaje.

Cayeron enfermos casi todos sus compañe- ros, que llegaban á sesenta, porque se marearon con extraordinaria inapetencia y fastidio de la comida; á que se siguieron otras enfermedades, de que murieron ocho de los Jesuítas, como dije en la vida del P. Caballero, que pasó tam- bién á Indias en esta ocasión.

El P. Zea era entonces todo para todos, sir- viéndoles no solamente de enfermero, sino de cocinero, aunque sin experiencia en tales ofi- cios; mas la caridad, que es maestra muy inge- niosa, le enseñó estos y otros oficios para ser- vir á sus hermanos.

Convalecidos éstos, empleó todos sus pensa-

LIB. QUE TRATAN DE AMÉRICA. T. XIII. 11

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mientos y cslo en la chusma de los grumetes del navio, tomando á su cargo el cuidado espi- ritual de ellos con las pláticas, exhortaciones, confesiones y todos los otros ejercicios condu_ centes al aprovechamiento de las almas, no de- jando, entre tanto, obra ninguna, por vil y re- pugnante que fuese, que no la ejecutase en servicio de ellos, por ganarlos para Dios, y de mejor gana y más alegremente hacia aquellas que eran de mayor trabajo y desi^recio.

Con este porte tan santo procedió toda la navegación, que duró tres meses, con aprove- chamiento maravilloso de muchos, á quien re- dujo á bien vivir, ya valiéndose de las verda- des eternas, ya poniéndoles á la vista tantos peligros y tempestades del mar, que aun á los más perdidos suelen obli gar á cuidar de la con- ciencia y del alma, que antes tenían en tal ol- vido ó parecía no tenerla.

Lo que obró después que llegó á las Indias y en qué oficios se empleó en el largo curso de su vida, 'no lo he podido averiguar, por la dis- tancia de los lugares donde vivió y trabajó, y por haber muerfco muchos de la Compañía que le trataron familiarmente.") Pero que por el aprecio que desde el principio hicieron de él los Superiores, poco después que llegó de Es-

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paña le hicieron ministro del Colegio Máximo de Córdoba, donde se cría la religiosa juventud de toda esta provincia.

Después fué Superior de las Misiones del Uruguay, Visitador de la de los Chiquitos, Vice-Rector del Colegio de Córdoba, y estuvo también señalado Rector del Colegio de las Co- rrientes, á que por motivos que tuvo propuso: y últimamente fué Provincial de esta provin- cia, oficio en que le cogió la muerte al año y medio de su gobierno.

Ahora sólo diré brevemente algana cosa de sus virtudes," reservando para mejor ocasión el dar por extenso relación completa de sus mu- chas empresas y acciones heroicas.; Y en pri- mer lugar diré de su pobreza religiosa.

Fué siempre pobrísimo en su vestido, tanto, que por los muchos remiendos que tenía, decía con gracia un Misionero, que había en él más ac- cidentes que substancia; él mismo lo remenda- ba por sus manos; jamás mudó otro, hasta que el primero, por no poder ya subsistir, se le caía á pedazos.

Al entrar en Buenos Aires, siendo Provin- cial, le rogó su secretario el P. Juan de Alzóla, que, á lo menos en aquella ciudad, se dejase ver con sotana un poco decente, pues la que

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llevaba estaba de muy desteñida, casi blancas- porqué si no le obligaría á él á que se vistiese otra semejante.

Yo le mando á V. R. respondió el P. Zea que no haga mudanza ninguna en su vesti- do y deje que yo me goce en esta pobreza, de que bago más aprecio que de cuantas púrpuras visten los monarcas y emperadores.

Todos los muebles de su aposento eran una red, ó como aquí llamamos, hamaca, para dor- mir, sin colchón ni almohada, unos cuantos li- bros devotos y un Santo Cristo.

Su breviario era tan viejo y hecho pedazos, que sólo ayudado de la memoria podía satisfa- cer á la obligación de rezar el oficio divino; su mayor tesoro eran los instrumentos de peniten- cia, con que maceraba su carne, silicio, cadenas de hierro, cruces armadas de agudas puntas y otros de este jaez, con que redujo su cuerpo á perpetua esclavitud, con aquel santo temor con que se armó también contra mismo el Após- tol San Pablo.

En sus viajes sólo comía un poco de pan y alguna otra vianda, de que usan los pobres in- dios; bien que cuanto al pan ú otro de los man- jares que usan los europeos, en muchos años no probó bocado: contento sólo con un puñado

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de maíz mal cocido y en muclias ocasiones con raíces ó frutas silvestres, pues muchas veces no tenía ni hallaba otra cosa en los bosques; j cuando comía con más esplendidez era, ó algún pececillo ó unas hierbas cocidas sin algún ade- rezo; y vivía tan gozoso y alegre en esta po- breza y miseria, que en su última enfermedad le eran molestas y pesadas las comodidades que usa con sus enfermos la Compañía.

No fué inferior á la pobreza su obediencia, de que dio pruebas maravillosas, las cuales, por ventura, alguno que no mira la verdadera san- tidad sino con los ojos del cuerpo, tendrá en poco, pero no quien mirando las cosas con los ojos limpios y claros del espíritu, mide la per- fección de las virtudes, no con lo que muestran en la apariencia, sino con lo que en la realidad son en mismo.

Era, como después veremos, varón de celo ardientísimo y de natural sobre manera ardien- te; con todo eso, á una leve insinuación de sus superiores, desde las Misiones de los Gruaranís, donde trabajaba en grandes obras del servicio de Dios y provecho de las almas, se redujo, sin la menor propuesta, á las angustias de un apo- sento en un colegio, con el empleo de enseñar á los niños los primeros rudimentos de la grama-

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tica. A otra insinuación de su Provincial, mien- tras estaba reduciendo al gremio de la iglesia gran número de infieles, dejando al punto aquella grande obra, pasó á las Reducciones del Uruguay, como si dijéramos, de u"q cabo del mundo al otro, pues distaban éstas más de mil y doscientas leguas de las otras donde es- taba; y un viaje de veinticuatro horas, volvió á desandarle, por obediencia, en veinticuatro días.

Finalmente, donde esta virtud campeó con admiración de todos, fué cuando estando en el fervor de sus conversiones y á lo mejor de la obra de reducir á la íe á los Zamucos y fundar aquella nueva cristiandad, levantó al punto las manos de la labor, sin esperanza de volver ja- más á proseguirla, á un orden de nuestro Pa- dre general de que tomase á su cargo el go- bierno de esta provincia; él mismo confesó con toda ingenuidad que le costó la ejecución de este orden increíble dolor y sentimiento, y que jamás babía sentido tanta repugnancia su na- tural como en este caso de ser Superior; y aunque fácilmente se hubiera podido excusar de aquella carga, para él tan pesada, con todo eso, por no dejar de obedecer, la aceptó pron- tamente, y sin dilación se vino á largas jorna-

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das al Tucumáu, sufriendo por el camino in- creíbles trabajos é incomodidades.

Mas en lo que sobre todo se hizo admirable entre los nuestros fué en el celo de las almas y en la conversión de los infieles. El dilatar la fe, el predicar á los cristianos, el reducir á los gentiles, no parecía en él obra de virtud, sino inclinación y apetito natural; por lo cual no sabía vivir de otra suerte ni en otra ocupación recibía gusto, sino en esta de conducir almas al conocimiento y amor de Dios, y en este ejer- cicio estaba toda su quietud y descanso y pa- ra aliviarle en todas enfermedades, no había mejor medio que hablarle de nuevas empresas en bien de las almas, de la santa vida de los nuevos cristianos y de nueva conversión de infieles á la santa iglesia.

Ojalá pudiera yo trasladar aquí algunas car- tas suyas, que tengo en mi poder, para que vieran todos que no pudieran los enamorados del mundo y de la carne explicar con más vi- vas expresiones sus contentos y deseos, cuanto este obrero Evangélico manifiesta los senti- mientos de su corazón en los negocios del ser- vicio de Dios; los lamentos y quejas que hace de su mayor enemigo el demonio cuando se le atravesaba, ó hacía se le desvaneciesen sus de-

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signios.Por eso no me causa admiración que con ánimo invicto sufriese muclias persecuciones y reparase, aun con la pérdida de su reputación, los daños, bien que ligeros, de su cristiandad; antes dando cuenta de estas sus borrascas al P. Francisco Burgés, Procurador general de esta provincia, en carta de 29 de Septiembre de 1705, escrita á Madrid, le dice así:

»Para no puede haber mayor gloria que »el que me persigan por llevar adelante aque- »lla nueva cristiandad de los Chiquitos que » tantos trabajos y sudores me ha costado desde »los principios.»

Y decía la verdad; porque si se habla de so- los trabajos que se padecen en desvastar é ins- truir á estos gentiles, que en las facciones son hombres, pero en las obras se distinguen poco de los brutos, sufría y hacía por ellos cuanto puede hacer un verdadero padre, para prove- cho espiritual y corporal de sus hijos, porque á él la virtud le había dado tan tiernas entrañas y amor de verdadero padre, como los padres naturales suelen tenerlas por naturaleza con los hijos; de día y de noche trabajaba, no sólo para bien de las almas, sino también de los cuerpos de sus neófitos, ya proveyendo de ví- veres en abundancia á los hambrientos, ya

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componiendo recetas y aplicando remedios á los enfermos, y aunque se revistiese la natura- lez-a, tratando y limpiando sus llagas con tal desembarazo, como si no sintiese la menor re- pugnancia y asco en mismo; el mismo amor le enseñó á ser juez y arbitro en sus litigios, gastando mucho tiempo en oirles contar, con paciencia y dulzura inexplicable, las diferen- cias que tenían entre sí, para lograr así el mantener y conservar entre ellos la paz por- que antes de ser cristianos, cada uno por su propia autoridad se hacía justicia y vengaba sus agravios con las armas.

Esto y mucho más hacía y sufría por los pobres indios; y aunque otros no pudieran to- lerar el continuo peso de vida tan trabajosa y con tan poco alivio, con todo eso él duró en ella por muchos años, y cada día se hallaba con tanto vigor como si en aquel comenzase; de lo cual, como dije en otra parte, no acababa yo de maravillarme; pues cuando oídos sus trabajos en la Misión de los Zamucos le consi- deraba consumido de fuerzas y que apenas se podía tener en pie, le vi poco después en Cór- doba, con alientos y vigor de joven, siendo así que ya contaba sesenta y cuatro años de edad.

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A tantas fatigas por el bien de aquellos nue- vos cristianos, se añadió otra trabajosísima, de aprender tantos y tan dificultosos idiomas bar- bearos, para que al tiempo que ellos en las obras le experimentaban padre, no le tuviesen en la lengua por extranjero.

Cosa era esta que á un hombre de su edad le pudiera ser muy enfadosa y de mucho em- pacho; mas el celo de las almas le obligó á volver á la condición y simplicidad de niño para aprender uno por uno los vocablos y si- nigficados de aquellas lenguas, y para expre- sar las voces con los acentos propios de los bárbaros, y no rehusando hacerse discípulo de los mismos infieles, los tomaba por intérpretes para traducir en su irlioma los misterios y pre- ceptos de la ley de Dios, procurando después enseñárselos á ellos con trabajo continuo de .meses y años enteros.

Tales entrañas de caridad experimentamos también nosotros cuando le gozamos en el ofi- cio de Provincial; era muy liberal, humano y afable con sus subditos, guardando con ellos la gravedad precisamente necesaria para ser obe- decido; y todos, no solamente le amaban por su agradable trato, por el candor de sus injo- centes costumbres y por una singular é inse-

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parable sinceridad, con que tenia el corazón en los labios, y el alma patente en el rostro, mas también le reverenciaban como á Santo; de que dieron muy claras muestras, cuando asaltada de una lenta calentura, con otras enfermeda- des poco á poco le condujo al término de sus días.

Avisado del peligro que corría su vida, en vez de espantarse ó temer la muerte, parecía que le salía al encuentro con generosidad y for- taleza de ánimo, confiado en la misericordia de aquel Señor que le había concedido cuarenta y ocho años para servirle en la Compañía, y treinta y ocho en las Indias.

Por muchos días hizo este Colegio de Cór- doba muchas rogativas y penitencias para pe- dir y suplicar á Nuestro Señor no le quitase tan presto un Superior y Padre tan necesario al bien público, y tan amado de todos.

Pero al fin quiso Dios llevarle á la gloria, como de su bondad esperamos, á darle el pre- mio debido á sus méritos; la víspera de la San- tísima Trinidad recibió todos los Sacramentos, sin dar la menor señal de temer la muerte, y se entretuvo todo aquel día, parte, en dar disposi- ciones con mucha serenidad, acerca del gobier- no de la provincia, y parte en suavísimos coló-

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quios con su crucificado Redentor, en cuyas manos entregó su espíritu, al entrar el día de la Santísima Trinidad, de cuya vista iba á go- zar en la bienaventuranza.

Fué su muerte á los sesenta y cinco años de su edad, á 4 de Junio de 1719.

El mismo día se celebró su entierro, á que asistió el Ilustrísimo Sr. Obispo de esta diócesis, gran número de religiosos de todas órdenes, el cabildo secular, lo principal de la nobleza, y mucho pueblo; los nuestros repartieron entre sus pobres alhajas, que se reducían á instru- mentos de penitencia y algunos libritos de votos, para tenerlos por reliquias y conservar siempre fresca la memoria del incomparable varón que habían perdido, no menos venerable y digno de eterna alabanza por la santidad de su vida que por las muchas almas de que enri- queció á la iglesia toda.

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CAPITULO XIX

Contimía el Padre Miguel de Yegros la

Misión de los Zamucos , d cuyas

manos muere el hermano

Alberto Romero.

Habiendo ordenado el nuevo Provincial Pa- dre Juan Bautista de Zea que el P. Miguel de Yegros, en pasando las lluvias, fuese con el hermano Alberto Romero á fundar la Reduc- ción de nuestro P. San Ignacio, se anticipó el P. Yegros algún tiempo, así por escoger con tiempo sitio á propósito, como por no exponer- se á peligro de no hallar agua qué beber en el camino: por tanto, á principios de Abril empe- zó su viaje; mas entrando en el bosque de los Zamucos, se vio obligado á volver atrás por tener tanta falta de agua, que ni la gente

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ni lag caballerías tenían con qué apagar la sed.

Púsose en camino segunda vez por Septiem- bre, y llovió tanto, que anegadas las campañas de los Cacarates, apenas pudo llegar al término de su viaje.

Lo que padeció en este viaje lo referiré con las mismas palabras con que él, habiendo vuel- to de los Zamucos, se lo escribió en carta de 27 de Octubre de aquel año de 1718 al P. Visita- dor de los Chiquitos, Juan Patricio Pernández, desde el pueblo de San Juan.

«Por no alargarme (dice) no describo aquí cómo conseguí el llegar á este pueblo, contra » el parecer y juicio de todos los prácticos de » de estos caminos y contra toda disposición del «tiempo; y los pocos Morotocos que llevé con- » migo y se adelantaron á entrar en la montaña » hubieron de perecer de sed, aunque consiguie- »ron con gran valor el llegar al pueblo: y yo, »que de ahí á algunos días los seguí, fui nadan- »do en agua (como dicen) por toda la montaña, «que ya servía de enfado y de embarazo al » que iba de posta y de ligera.

»Sólo lo atribuí al dedo de Dios, pues cuan- >do la piedad y misericordia divina se inclina »á obrar, no hay imposibles, y más cuando

BELACIÓN DE INDIOS CHIQUITOS 175

«precedieron los sudores, trabajos, necesidades »j hambres de su primer conquistador de esta •nación nuestro dignísimo P. Provincial Juan » Bautista de Zea.»

Despachó, pues, delante el P. Yegros algu- nos indios cristianos que avisasen al cacique principal de los Zamucos de su venida, y que le llevasen en su nombre un bastón, hermosa- mente guarnecido, y una camiseta colorada, que son las galas que ellos estiman.

Llegaron los mensajeros y fueron recibidos con grande amor y cortesía, y fueron sentados á la mesa del cacique, cuyas viandas se redu- cían á raices de cardos silvestres, que era todo su mantenimiento, y por gran regalo les ofre- cieron un vaso de agua, porque había allí tal